viernes, 25 de abril de 2014

Gil trabajador



Quiero mostrarles la etimología de la palabra TRABAJO:


En el siglo XIV aparecen las palabras LABORAR y OBRAR; derivan de ESFORZARSE, 1250 y de SUFRIR, 1220. Estos últimos provienen del siglo VI, del latín, TRIPALIARE, que significa torturar; a su vez derivado de TRIPALIUM, que es un instrumento de tortura, compuesto por tres palos, de allí TRES PALUS.







Entonces trabajar se asocia etimológicamente con torturar. Menuda relación, seguro, ya la intuíamos con el cuerpo, antes de conocer la etimológica.



Tanto la etimología, como la constatación diaria y cotidiana del trabajo, nos muestran su perfil torturante, su dimensión de castigo. Sin embargo, en la confusión sensible percibimos, aún sin poder elegir las palabras adecuadas, que hay algo en él que nos hace bien, que nos libera y gratifica.

Si uno googlea un poco sobre el sentido común entorno del trabajo va a encontrar las dos cosas; que hace bien y que hace mal. Claramente se trata de un embrollo, pues la misma palabra sirve para designar estados anímicos contrapuestos.

  • A todos les encanta trabajar, excepto a los que trabajan. (Anónimo)
  • Algo malo debe tener el trabajo porque si no, los ricos lo habrían acaparado. (Mario Moreno - Cantinflas)
  • El mejor remedio contra todos los males es el trabajo. (Charles Baudelaire)
  • El trabajo aleja de nosotros tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesidad. (Voltaire)
  • El trabajo duro purifica el espíritu. (Anónimo)
  • El trabajo es tan feo que hasta pagan por hacerlo. (Anónimo)


Si existe confusión es para ganancia de alguien; a rio revuelto… Empecemos a distinguir. En primer lugar se están mezclando dos tipos distintos de sufrimientos y dos tipos distintos de beneficios. Hay un sufrimiento relativo y uno absoluto; hay un beneficio genuino y otro espurio.


Sufrimiento relativo
Este sufrimiento es relativo en relación al sufrimiento corporal; que es sufrimiento posta, absoluto. Trabajar implica un movimiento que nos saca de nuestra zona de confort, que nos obliga a abandonar el ensimismamiento. Salir de la monada imaginaria, buscar el objeto exterior sobre el cual volcar la fuerza laboral. Ello implica un sufrimiento, un esfuerzo, un movimiento psíquico.

Sufrimiento absoluto:
Este sí es sufrimiento verdadero, (ni blando, ni anímico); aquí no se trata de movimientos psíquico para salir de monadas imaginarias sino movimiento óseo, muscular, carnal. Es el dolor de los trabajos más duros y pesados. Estos son, por lo general, los peores pagos, y los reservados para las capas más bajas de la sociedad.

El sufrimiento relativo podemos identificarlo al comienzo de la tarea, es un momento espiritual. El sufrimiento absoluto, en cambio, sucede durante y después de la acción.

Beneficio genuino:
Este beneficio refiere a la autonomía lograda, al valor adquirido; valor en el sentido doble de la palabra: valioso y valiente. Es genuino porque le permite al sujeto proyectarse socialmente, armar grupos de pertenencia, conseguir amigos, pareja. Descubrir que uno se halla inserto en un mundo, transformándolo. Que uno es parte de ese mundo y por lo tanto, si el mundo es susceptible de ser transformado vía el trabajo, uno lo es también.

A parte de la recompensa objetiva que logra, existe el bienestar que provoca la salida del círculo cerrado de lo imaginario, el haber conquistado un palmo de real.

Beneficio espurio:
Beneficiarse del trabajo del otro, eso lo hacemos todos. Esto permite entablar una relación social, El problema es que muchas veces esas relaciones son asimétricas. Y muchas de ellas están consideradas un delito y otras no. Por ejemplo el robo, o la estafa, son modos espurios e ilegales. Pero existen mecanismos espurios que no están tipificados como delitos. Procedimientos financieros, legales, burocráticos, administrativos, etc. Vivimos rodeados de infinitos procedimientos legales que expolian el trabajo ajeno. Es la carne misma del capitalismo.



Categorización

Bien sigamos abriendo la madeja. Se llama trabajo a muchas cosas, puede ser cualquier tarea que nos demande concentración, tiempo, y fuerza; o un sinónimo de empleo. 

Vamos a diferenciar al trabajo según:

1) Si soy, o no, propietario del producto

2) Si el trabajo es uno que deseo, o que necesito hacer

3) Si a cambio recibo una paga, o es gratis

Haciendo todas las combinaciones quedan ocho resultados:

1) Propietario del producto – deseo – paga
2) Propietario del producto – deseo – gratis
3) Propietario del producto – necesidad – paga
4) Propietario del producto – necesidad – gratis
5) No propietario - deseo – paga
6) No propietario– deseo – gratis
7) No propietario – necesidad – paga
8) No propietario – necesidad – gratis

Cada una de las combinaciones lleva un nombre, veamos:

1) Propietario del producto – deseo – paga: El artista o maestro. Es quien puede decidir sobre la suerte del producto de su labor, la cual está orientada según el deseo y recibe dinero a cambio. Definitivamente parece el trabajo ideal.

2) Propietario del producto – deseo – gratis: Hobby, pasatiempo, amateur. Este caso refiere a la tarea que elegimos hacer, cuyo resultado nos pertenece pero no recibimos paga por ello. Es el caso del hobby, o el pasatiempos.

3) Propietario del producto – necesidad – paga: El artesano, el oficial, el profesional. Es una figura común del mundo laboral. El producto está orientado a la demanda del mercado, a diferencia del artista o el maestro.

4) Propietario del producto – necesidad – gratis: La manutención cotidiana. Este es el trabajo que nadie puede evadir, es la tarea misma de la vida, el trabajo diario cotidiano: comer, bañarse, vestir, atender los lazos afectivos, administrar los horarios. Por más que algunas tareas puedan delegarse al servicio domestico o asesores, en última instancia siempre existe una labor intransferible.

5) No propietario - deseo – paga: El becario. Quien recibe una paga por hacer lo que le gusta, en un lugar donde no puede decidir sobre el producto del su trabajo. Es una especie de aprendiz subvencionado.

6) No propietario– deseo – gratis: El discípulo. Quien ingresa a una escuela o institución a los fines de aprender un oficio, disciplina o arte, y no recibe paga a cambio. Podemos pensar que la paga es el aprendizaje. Pero estrictamente se hace gratis.

7) No propietario – necesidad – paga: El empleado u operario. La figura más común del mercado laboral actual. No participa de la suerte del fruto de su trabajo. Si le damos a elegir la tarea a realizar jamás elegiría su empleo; lo hace por necesidad.

8) No propietario – necesidad – gratis: El esclavo. Legalmente extinto en la actualidad en nuestro país. Pero no por ello abolido en lo real.


Esta estructura que intenta diferenciar las distintas fases del trabajo demanda cierta licencia poética. Es precaria pero ayuda a distinguir y me resultó divertido pensarla. Queda la tipificación: arte, hobby, artesanía, manutención cotidiana, beca, discípulo, empleo, esclavitud.



Un buen empleo

Quiero desarrollar una idea respecto del no propietario -necesidad - pago: el empleado. 

Los que padecen un buen empleo, no van a quejarse, por dos razones:

La primera, porque hasta no hace mucho, mayo de 2002, el 21,5 % (ocho millones) de argentinos no tenía trabajo. Sin ir más lejos, hoy mismo, habría un millón y medio de desempleados. Entonces con este panorama de fondo, quien posea trabajo, no va a ser tan caradura de andar quejándose.

La segunda razón tiene que ver con la calidad de los trabajos. En la actualidad, del total de las personas con empleo, (dieciséis millones de personas), un tercio no está registrada. Trabajar en negro significa no estar protegido por la Seguridad Social, ni estar asegurado contra accidentes de trabajo. Si uno se enferma, o lo despiden, nada. Si uno muere, la familia queda desamparada. El trabajador no registrado es carne de la inflación, pues al no tener representación sindical el reajuste salarial queda a criterio del patrón (que sabemos que siempre es mezquino). Un empleo en blanco siempre es mejor pago y brinda más estabilidad que uno en negro. Entonces: ¡No te quejés!

Estimo que, por lo menos, dos millones de personas en el Área Metropolitana de Buenos Aires tienen un buen empleo. Y el que goce de un buen empleo no puede decir nada al respecto. Impera la moral de tripalium: al trabajo hay que aguantarlo.

No importa si en tu buen empleo tenés que sufrir el acoso sádico de un jefe o el apretujado viaje diario, (que juega a la bartola con un accidente mortal). Al trabajo se lo debe aguantar, y a parte siempre hay otro que tiene uno peor. Entonces nada que decir, ¡chito la boca!

Dos millones de buenos trabajos, con una carga horaria menor a cuarenta y cinco horas semanales, con buenos sueldos, con techo, aire acondicionado … Pero, hay que decirlo, a nadie le gusta ese buen empleo; porque hay algo que no hace: convocar al sí mismo del trabajador, requerir su implicancia, su vocación, su deseo, su pasión. Existen trabajos que demandan la interioridad vital del sujeto, que exigen la transformación a medida que transforman el exterior. Esos trabajos son enriquecedores; del que los hace y del mundo. Pero los buenos empleos no piden nada, solo sumisión, concentración y aguante. El empleo demanda pasividad. ¡Pero la paga es buena!

Y claro que sí, la paga es buena, y con esa paga se adquiere la llave para la puerta que nos lleva a la sociedad de mercado, al consumo como proyecto total de vida. Si uno pudiese entender que necesita, para vivir, solo el diez por ciento de las cosas que cree imprescindibles en el consumismo, no buscaría empleo; solo trabajaría siguiendo un estricto criterio interior, y no uno monetarista y exterior.

¿¡De qué te quejas, cara dura, vago!?, me dirán; pero quiero decirles a los aguantadores, a los fieles moralistas del TRIPALIUM: yo tengo un buen empleo y veo a diario lo que hace la silenciosa pasividad que pide. Veo las licencias psiquiátricas, veo los antidepresivos, los ansiolíticos y las adicciones. La angustia por haber entregado nuestro deseo a cambio de un pase libre al goce del consumo. Angustia de saber que entramos al mercado después de hacer el peor negocio de nuestras vidas. Esa angustia, que raja los pechos, impulsa un modo de vida organizado por la búsqueda del bálsamo analgésico. 

Apaguen la tele y vuelvan a encenderla; todo ahí está orientado para calmar el sufrimiento horrendo del empleo. No chamuyen mas diciendo que el dolor es inherente a la vida. No, eso es metafísica y religión. El padecimiento se origina en la quietud y la pasividad que demandan los empleos. No sólo vendimos la fuerza de trabajo, hay más ahí. Vendimos la fuerza creadora, la capacidad de transformarnos a nosotros mismos, el deseo, la vocación. Y lo sabemos, porque no hay como hacernos los boludos. Por eso las drogas, las pastillas, la obesidad, las adicciones, la paja.

El trabajo dignifica, es cierto; dignifica al amo del asunto que debemos todos los días aguantar, soportar. Ese amo puede, o no, ser una persona; puede ser una entidad no corpórea. Pero siempre implacable. El amo es el dueño del producto de tu trabajo. Y sin importar cual fuese el producto de tu empleo jamás podrás meter una coma ahí. Ya está, te dieron guita a cambio, y con ella iras detrás de la calma perdida, metiéndote mierda por los agujeros de tu cuerpo.


sábado, 12 de abril de 2014

Ignacio Lewkowicz: remembranza


Fui discípulo de Ignacio entre 1999 y 2004. Entrar en una relación maestro-discípulo no es común,  ni necesario. Podemos pasar por la vida sin nunca haber conocido ese vínculo. Es intenso, de apego mayúsculo. Cuando comencé a escribir este texto tenía la intención de hacer una revisión teórica de las ideas principales que había desarrollado Nacho. Pretendía ordenar los recuerdos, tamizar las emociones, clarificar los conceptos; presentar la teoría que vi gestar. Pero una mezcla de no quiero y no puedo me disuadió.

Hace un tiempo leí sobre Macedonio Fernández algo que puede servir de analogía. Macedonio  escribió mucho, algunas cosas geniales; pero parece que lo extraordinario era su presencia; la palabra dicha, el tono de su voz, los silencios, los gestos. Eso hacía pensar a los que asistían, a verlo, al famoso bar, en el barrio de Once. Con Ignacio, al menos desde mi experiencia, sucedía algo similar. Están los textos que dejó esa máquina potente que fue el Estudio. Y están los recuerdos que quedaron del recorrido. Lo escrito guarda la traza de aquella voz. Pero hay que hurgar, buscar, desmontar, para rememorar la voz; que hacía pensar. Los textos firmados por Lewkowicz  son interesantes, potentes, novedosos; pero su voz, el recuerdo, es más. Definitivamente no tengo la distancia afectiva para teorizarlos. Prefiero recordar el intenso vínculo con mi maestro.
                          
                   Multiplicación del convite

La primera vez que escuche hablar de Nacho fue en 1998. Una amiga, con la que publicábamos una revista, me contó que había conocido a un historiador con el cual se juntaban los jueves por la tardenoche a pensar. Me dijo: tenés que venir a conocerlo, te va a interesar mucho. Eso fue a finales de 1998, no lo conocí hasta 1999.

Una noche estábamos cenando temprano en mi casa, en el barrio de Once, con otra amiga. Me avisa que 21:30 tenía que irse al estudio de este historiador. Enseguida nos convida, vengan, les va a gustar mucho. Esta vez fuimos. Cuando llegamos nos abre la puerta un tipo alto y flaco, de barba prolija, camisa blanca arremangada. No puso buena cara; no le gustó la visita sin aviso. En el lugar, muy pequeño, había un pizarrón, una biblioteca, una mesa larga y un reloj antiguo de madera, tipo carrillón, con péndulo. Sobre la mesa había un termo, un mate a punto de arrancar, un grabador de casete, en pausa. Había otros a la mesa. Creo que eran todos psicólogos o estudiantes de psicología.

No recuerdo sobre qué hablamos esa noche, pero salimos cansados, exhaustos de pensar, de escuchar, de conversar. Ese recuerdo lo tengo de cada noche post estudio; uno salía cansado. En esas reuniones constatamos que el pensamiento no es, únicamente, una actividad psicológica. Pensar tensiona tanto como correr, o hacer gimnasia.

Las dos veces, mis dos amigas, con una diferencia de tiempo  menor, me comentan del historiador y acto seguido me convidan con ir a ese lugar. Me pregunto, ¿cuántas veces se debe haber replicado esa escena? Los que conocieron a Ignacio querían convidarlo, no abusivamente. Tampoco a cualquiera. Pero cuando uno se daba cuenta que cierta persona querida podía valorar aquello, lo convidaba, lo invitaba, compartía el lugar. 

Calculo yo que entre 1998 y 2000 hubo algo así como una precipitación de invitaciones. Una multiplicación de convites. El Estudio se convirtió en un nodo por donde pasaba cada vez más gente. Imagínense, un departamento de dos ambientes, más bien chico, al cual asistían cien, o doscientas, personas semanalmente. Nos juntabamos a pensar, a escribir, a leer.  Potente usina de ideas, afectos y proyectos.
                           
                      Un lustro formativo

Conocí a Ignacio a mediados de 1999. Un año después, en el 2000, ya iba dos  veces  por semana al Estudio. En realidad iba cada vez que podía. Al tiempo que dejaba materias en la facultad, me anotaba en los grupos. Empecé en dos: el de los jueves y el de los martes. En uno veíamos las transformaciones de la subjetividad contemporánea y en el otro, el libro de Alain Badiou, el ser y el acontecimiento.

En 2001, a los dos de estudio, le sumamos un tercero. Ignacio me ofrece a mí y a Pablo Hupert un espacio que  llamamos: taller de cómo hacer un taller. Allí se formalizó la relación discípulo-maestro. Era un espacio donde Nacho nos transmitía su saber relacionado con la dirección de grupos de estudio. Los consejos eran de todo tipo; podía sugerirnos algo respecto al precio, o el modo de cobrar la actividad. O si convenía pava eléctrica, o pava común, para calentar el agua con la que invitábamos un té, café o mate.  Acto seguido nos recomendaba un autor, un libro o una revista que podía servirnos. De lo simple a los sublime, cambiaba de frente, como un relámpago.

El primer taller que armamos con Pablo Hupert fue sobre San Pablo apóstol. Sí, un apóstol, el más reaccionario de todos, según el saber establecido.  Alain Badiou escribió un libro: San Pablo, la fundación del universalismo. El taller técnicamente era grupo de lectura. 

Nacho nos asistía en la elaboración del mismo. Nos contaba sobre Historia del primer cristianismo,  cómo había mutado la figura del tesorero de la iglesia y cómo se había opacado la del orador. Nos contó sobre el Imperio Romano de entonces, su relación con la religión judía y las peripecias de esa pseudo secta judía llamada cristianismo. 

Ignacio nos ayudaba con la teoría, pero lo hacía con todo lo que estaba a su alcance. Las fuentes donde se apoya el libro de Alain Badiou son las epístolas de San Pablo. Se trata de una serie de cartas que escribió San Pablo en sus años de frenética militancia religiosa. Constan en la biblia. Una tarde nos recibe en el Estudio y arriba de la mesa tenía una pila de ellas. ¡¿Qué hacia Nacho con esos libritos?! Nos cuenta que justo ese mediodía había en la esquina uno grupo mormones regalándolas. Cuando pasó por allí, les pidió  una; camino dos veredas, dio la vuelta y pidió otra; camino dos veredas y volvió a pasar. Y así hasta quedarse con unas cuantas. ¡Qué caradura hermoso!

El vínculo con el Estudio, con Nacho y con los que ahí encontraba era muy fuerte. Tanto que en 2002, cuando me mudé a la ciudad de  La Plata, seguí viajando a Capital Federal sólo para verlos. A esa altura, aparte de asistir a grupos de estudio, y al taller cómo hacer talleres; escribíamos un libro, junto a Ignacio y Pablo Hupert,  sobre la toma universitaria de mayo de 1999. Y, también, colaboraba en la redacción de otro libro sobre los Espartanos de la Grecia Antigua. Ya ni iba a la facultad.

Cinco años entre 1999 y 2004. Un lustro que fue formativo. Cuando llegué la única experiencia de lectura que poseía era escolar. En la facultad cuando leía textos lo hacía como estudiante. Freud, Marx, Foucault no era insumo de pensamiento, era bolilla para el final. En el Estudio perdí la ingenuidad lectora del estudiante. Perdí el respeto solemne por el autor. Leer para pensar no es igual que leer para estudiar. Cuando uno vuelve a leer un apunte, pensando, encuentra cosas que no había visto cuando estudiaba.
                           
             El oficio de pensar

Respecto del pensamiento pude ver en el Estudio tres cosas. 1) Todo puede ser pensado, 2) todo puede servir para pensar y 3) el pensamiento no es un artículo de lujo. 

Allí descubrimos que se puede pensar todo; que no existe en las cosas, en los hechos, en las relaciones, nada que impida que se lo pueda pensar. Nacho citaba a Kant: no podemos saber de Dios, el Mundo o la Libertad, pero nada impide que lo podamos pensar. No había vacas sagradas. Los autores, los libros, los temas no tenían a priori ninguna regla prescriptiva respecto de si podíamos o no, o hasta donde. Por ello todo servía para pensar. Muchas veces lo hacíamos a partir de textos eruditos, clásicos, Paul Valery, Alejo Carpentier, Althusser, Marx, Spinoza, Deleuze, Castoriadis, Kristeva, Bajtin, Lacan, Foucault,  Descartes, Pichon Riviere, Godelier, etc... Pero también usábamos materiales de lo más variado: una charla entre un vendedor ambulante y un colectivero, una discusión de pareja, la interrupción de una clase en la facultad por un militante.

Si decidíamos darle estatuto de pensable a un episodio, no importaba lo mundano, o  minúsculo que sea; lo pensábamos efectivamente.  Recuerdo que en el taller de hacer talleres estábamos viendo el aspecto comercial y Nacho trajo el caso del vendedor ambulante en el trasporte público. El vendedor había logrado por su oficio un nivel de tolerancia a la frustración, descomunal. Acostumbrado  a que le digan que no treinta veces cada media de hora, el tipo volvía a subir sonriente al próximo colectivo como si nada. Sus ventas dependían de no haber sido afectado por la negativa anterior. Nosotros no tolerábamos ni el diez por ciento de la frustración de aquel.

Todo sirve para pensar, un libro, por supuesto; un episodio del mundo ordinario, ya vimos que sí; pero también situaciones que el sentido común intelectual desecharía. Cierta vez estábamos trabajando un texto titulado posdata de la sociedad de control. Supuestamente era una traducción de Caparros, de un texto de Deleuze. Alguien en la sala advirtió que probablemente fuera apócrifo; que Deleuze nunca escribió posdata, que estábamos frente a un fake. Pero ya lo habíamos leído, comentado, anotado; algo de la legitimidad estaba resuelto por una vía distinta de la cita de autoridad. Podía haber sido escrito por el vecino de la vuelta. Decidimos pensarlo, no había vuelta a atrás.

Pensar  no es un artículo de lujo: antes de conocer el Estudio estaba acostumbrado a creer que el pensamiento era necesario, pero secundario en orden de importancia. Me imagino a alguien  que lo echan del laburo, y se acerca otro y le dice: pensemos. La respuesta podría ser: ¿¡pensemos!? ¡Tomátela, tengo que pagar el alquiler, pasarle alimentos a mi ex, pagar la tarjeta y vos me venís con “pensemos”! Podría ser la reacción esperada. Pero teníamos un axioma fundamental. En los últimos años, (los últimos de entonces, 1999) las cosas habían cambiado tanto y a un ritmo tan acelerado que los saberes disponibles no habían llegado a cubrir la brecha. Lo que sabíamos había sido pensado para otra situación, no la que vivíamos. El cambio había sido tan radical, que lo único que podía sacarnos del padecimiento sin fondo, era el pensamiento[1]. Ya no era posible decir, no puedo pensar porque tengo un problema anterior que resolver. Ahora era preciso pensar porque se tenía un problema. Incluso tener un problema era la condición necesaria y suficiente para largarse a pensar.
                     
           Bach, Walter Olmos y Lenin.

En el año 2001 lo acompañé a dar una charla en Rosario. Yo venía con la ventana del auto baja, jugando con mi mano en el viento; tratando de darle perfiles aerodinámicos y cambiando bruscamente la posición para sentir la resistencia, la fuerza del aire. Le comento: ¿viste la consistencia, el cuerpo, que tiene el aire? y me responde: ahí se apoyan los aviones. Genial, los aviones se poyan en algo. No vuelan, se apoyan. No sé cuál es el valor de ese momento. Seguro es uno personalísimo y emotivo; o algo de otro orden, no lo sé. Pero me encantó la observación. Era nimia, mínima, ordinaria, cotidiana. El viaje por la ruta era somnoliento. El sol fajaba. Veníamos callados. Y esas palabras absolutamente extrañas a todo.  Quizás esto dice más de la fascinación hacia un maestro que la brillantez de una idea, no sé; o las dos cosas.

Luego fuimos a su casa y compramos una ginebra para brindar. Nos servimos con gajos de limón para hacer el trago más amable. Cuando íbamos adelantados en el asunto me contó que estaba escuchando música con un solo instrumento: violonchelo; que había sabido tocar de joven. La idea era que con un solo instrumento podía escuchar los silencios dentro de la obra. La verdad es que musicalmente soy una especie de analfabeto, y en ese entonces, año  2001, mucho más. Lo único que escuchaba desde los quince años era punk rock. Puso la suite nro. 1 para chelo de J. S. Bach. y me pareció increíble; no solo la música, sino la advertencia inicial: escuchá los silencios. La Bols ya estaba flaqueando.

El tipo escuchaba Bach, pero era muy amplio en su gusto. Un domingo de septiembre de 2002,  me escribe temprano un mail. Estaba triste, Walter Olmos se había suicidado en un hotel de Constitución. Sí, de Bach, a Walter Olmos; a Nacho le encantaba el cuarteto que hacía ese pibe. Me acuerdo que me mando algo que había escrito, decía que entre la voz de Olmos y la banda no había relación alguna, que la primera se apoyaba sobre un fondo festivo, pero nada le indicaba al cantante por dónde ir.

Una tarde, llegaba yo al Estudio, y lo cruzo en el hall de planta baja; andaba apurado y me pide que suba, que ya me veía. Lo espere unos quince minutos. A la vuelta llega con dos tomos de las obras completas  de Lenin en sus manos. Le pregunto qué hacía con ellos, de dónde venía, y me dice: Acabo de darle la obra completa de Lenin a un cartonero. Le dije: ¡¿Qué,  porqué tiraste las obras completas de Lenin?! ¿Por qué no la regalaste? ¡¡¡O si no venderla!!! Las Obras completas ocupaban un tercio de un estante de la biblioteca, era una masa de libros importante; ahora había un hueco allí. ¿Por qué? La cosa fue así: discutió con alguien que lo corrió por izquierda, pero burdamente.

Nacho creía que cuando alguien llegaba al Estudio y veía las obras completas de Lenin recibía una imagen de él. En un tiempo había sido militante del Partido Comunista; en él supo dar cursos de lectura y estudio del Capital de Marx. Supongo que en algún momento, la colección de Lenin, le debe haber dado orgullo; pero ya no. Caliente con la discusión, cansado de dar ese perfil, bajó a la Avenida Rivadavia y detuvo al primer cartonero que se cruzó. Le dio los libros y subió. Cuando llegó al 17 c pensó que había querido guardar dos tomos de la colección y bajó rápidamente; ahí lo cruce, tratando de rescatar los tomos; tratando de no tirar al niño con el agua sucia.

Nacho iba muy rápido con la cabeza. Cuando comenzaba a asociar ideas era fulminante. Primero te escuchaba largo; miraba el mate, cebaba; te pedía disculpas, iba a la cocina, volvía y asentía con la mirada para continuar escuchando; se sentaba y de pronto decía: aaah, afirmando con un gesto de su mano, la que asía el fibrón. Ahí largaba, en un tono suave, sin atropellar palabras, con dicción muy buena, todo un pensamiento estimulante.

No escribía en la computadora  porque la cabeza le iba más rápido que los dedos. Solía pedirte que vayas al Estudio, para escucharlo, mientras hablaba en voz alta a un grabador. Iba rápido hilando ideas, armando paños extensos de pensamientos novedosos; con hebras eruditas, a veces, y otras simples, llanas, de todos los días. Me hablaba mientras grababa en casete.

Cinco años es mucho, y es poco. Mantuvimos un vínculo discípulo-maestro entre 1999 y el 4 de abril de 2004, cuando ocurrió el accidente.  A veces sueño que nada de eso pasó, que Nacho y Cristina están vivos, escondidos en algún lugar; y me avisan. Hasta el día de hoy no he vuelto a tener un maestro.










[1] Un par de  imágenes que repetía Nacho para entender el tipo de cambio sufrido eran: imagina un queso con agujeros, bueno ahora imagina que uno de los agujeros creció más que el queso entero. La otra era: tenemos un territorio, una masa de tierra, un continente, en cuyo interior hay lagunas; ahora las lagunas desbordan al punto de dejar al continente bajo el agua. Técnicamente se refería a la categoría de catástrofe. 

viernes, 4 de abril de 2014

Linchadores S.A.






"linchamiento" (neologismo creado a partir del nombre de un Juez estadounidense, Charles Lynch; quien en 1780 ordenó la ejecución de un grupo de personas a pesar de que habían sido absueltos por el jurado)






Siempre, que escribo, la apuesta es pensar. A veces me cuesta más y otras menos, pero en el caso de los linchamientos me resulta muy difícil. El estado de violencia que genera la situación a pensar opera como resistencia implacable. Pero hagamos el esfuerzo. Si al fin no puedo pensar nada al respecto por lo menos que quede nota del recorrido.


En primer lugar atendamos al grado de propagación de la violencia. Veo la noticia del linchamiento de David, el muchacho rosarino, y no puedo evitar bucear en los comentarios de los lectores. Por favor! Qué asco los post! Los comentarios y opiniones en TN, clarín, infobae, etc… generan también una violencia que me impiden hacer algo con eso, que no sea propagar violencia. Quiero insultar al sorete ese que se despacha tan odiosamente. Pero para poder hacerlo tengo que registrarme; demasiado para mí. La mediación que demanda ese paso protocolar hace que la furia se disperse.



Busco los comentarios más asquerosos. Parece una letrina ese lugar. Personas van ahí a verter sus más oscuras posiciones sociales, políticas e ideológicas. Copio los nicks de los comentadores y busco en facebook. Sorprendente el hallazgo, son todos buenas personas. Fotos con sus familias, con sus hijos, sonrientes y felices. Pero cuando bajan al purgatorio de los comentarios de notas y foros de internet esas buenas personas se transforman. En realidad no se transforman nada, sólo despliegan esa otra jeta que tienen a diario, pero por alguna razón moderan.

Entre los comentarios irrumpe uno: uds son todos fachos. Genera una oleada de insultos, pero una respuesta es digna de traer: como se nota que a vos no te robaron y apuñalaron.
Acto seguido, nadie dice: no, no somos fachos. Dicen: si te pasa algo horrible, como que te roben y apuñalen, si sufrís una situación de violencia directa y sos lastimado vas a opinar de este modo; es decir vas a opinar como un facho. Las posiciones que se pronuncian a favor de los linchamientos son producto de la inmediatez, la irreflexión y el miedo. El fascismo no es un pensamiento, es una reacción ante el miedo. El facho se propaga en la irreflexión, en el pánico, en las pulsiones más bajas del ser humano. Constatamos una vez más los dichos de Bertol Brech, “no hay nada peor que un burgués asustado”. El fascismo es eso, un burgués asustado, cobarde, que descubre su poder en banda, en turba, su capacidad linchadora. Linchar le permite al buen vecino aplacar la sensación de inseguridad. Si la inseguridad es una sensación magnificada que no guarda relación con los índices objetivos; el linchamiento es también una sensación que se propaga por los espíritus de los buenos vecinos y les da seguridad. Ahora pueden salir a linchar, aunque este hecho nunca se actualice, ya goza de los beneficios, de la sensación de seguridad que les proporciona saber que en todo el país turbas de buenos vecinos hacen justicia por mano propia.



De fondo, guerra social, guerra de clases, racial. El linchador no usa gorrita ni conjunto deportivo. La situación que dispara el linchamiento sorprende al gentil hombre en su rutina moral y correctosa: buscando a sus hijos en el colegio, yendo a ver clientes, comprándole un regalo a su esposa, viniendo del gimnasio. El linchado es el negro, el tez trigueña, menor de edad, chorro, ocioso y falopero; para quien la vida no vale nada, pues te mata por una cartera, un celular o las zapatillas. Paremos aquí, atendamos este hecho, este enunciado. ¿No nos hemos cansado de escuchar mil veces que la vida no vale nada para estos delincuentes que te matan por un par de zapatillas? Pero estamos ante el mismo hecho, cincuenta vecinos matan a un joven por robar un celular. El tema es que hay vidas que valen y otras que no. La vida de un buen padre de familia, furioso forista de internet, linchador potencial, vale; pero la del joven trigueño y ocioso no.


Hay que aclarar algo aquí. Pensar estos episodios de linchamiento, ya lo dije, resulta muy difícil. Muchos ni siquiera hacen el intento por pensar el hecho y se largan compulsivamente a fantasear orgias linchadoras de negros de mierda. Quien proviene de familias criadas en el humanismo y/o el progresismo poseen diques morales que les impide largarse lisa y llanamente a gozar con la posibilidad de matar al otro, entre muchos. Son dos formas de posicionarse frente a los hechos. Soltar las pulsiones asesinas o parapetarse en el humanismo progresista. La moral progresista choca contra la dificultad de pensar los hechos y se atrinchera en la tribuna ideológica; se parapeta detrás de la batería de argumentos ya conocidos. Que la violencia engendra más violencia, que los ricos, los banqueros, los milicos han robado más que un pobre punga desafortunado; que la ley, la justicia y el Estado de Derecho quedan lesionados con cada episodio de linchamiento; que la seguridad se logra con igualdad y educación, y no con mano dura y venganza. A pesar de que todo esto es cierto, nada mella la eficacia subjetiva del linchamiento: la sensación de seguridad que provoca en los que antes se sentían inseguros.



Advierto que, llegado el caso de no poder pensar nada al respecto, no elijo la pulsión asesina fascista; pero tampoco me abstengo desentendiéndome de lo que acabo de afirmar un párrafo más arriba: en el fondo de todo este asunto está la guerra social, racial e ideológica. Si no puedo pensar, porque la materia se resiste, tomaré posición junto al progresismo blando y baboso que no puede más que repetir lo de siempre.

La eficacia, ahora, está del lado del fascismo vecinal. Han logrado instaurar la agenda, llevan la delantera y la iniciativa. Tienen su consigna: un ladrón menos! El progresismo no logra más que reaccionar, dice: no cuenten conmigo. No alcanza. Debemos seguir pensando…






miércoles, 2 de abril de 2014

Releer Malvinas



Es tiempo ya de corregir la imagen que tenemos de la guerra de Malvinas. Quedaron en nuestro imaginario las fotos de unos niños de apenas 18 años sucios, hambrientos, flacos y muertos de miedo y frio. Desarmados y prisioneros de guerra. Eso fue la guerra de Malvinas; pero no fue sólo eso. Hubo mucho más; y no todo asociado a la derrota y la humillación.

El porqué de catalogar el desempeño de las fuerzas armadas en el conflicto como derrota absoluta, desastrosa y humillante, hay que buscarlos en el contexto político de entonces. La Junta Militar, al igual que el gobierno conservador de Margaret Tacher, fueron al teatro de operaciones del atlántico sur, como van los empresarios en banca rota a la timba financiera; a ver si en un golpe de suerte consiguen salir del pozo que se han cavado. Ambos gobiernos estaban en la cuerda floja. Pero el carácter defacto del argentino lo ponía en una situación más acuciante. Aceptar entonces que la derrota no había sido total le habría dado a la Junta un changüí salvador. Perdimos y fue por knockout y no por puntos; así debía entenderse para que el gobierno militar no pudiera tener un poco de aire. La línea debía ser entonces: guerra, derrota, humillación y vuelta de la democracia. Si algo del heroísmo, la valentía o la eficacia de las tropas argentinas era transferido hacia los mandos podía hacerse uso político de esa ganancia. En tal caso la dictadura militar hubiese durado, quizás, dos o tres años más. De hecho, el haber ganado la copa mundial en el 78, les dio resto político hasta el comienzo del ciclo huelgas sindicales encabezas por la CGT de Ubaldini. Estas comenzaron el 27 de abril de 1979 y solo tres días antes de la recuperación de las islas, el 30 de marzo de 1982, una marcha hacia Plaza de Mayo había terminado en una feroz represión.

Pero hoy no nos apremia el contexto político de entonces. Podemos y debemos discernir entre la estupidez de la Junta y los distintos episodios que permiten afirmar que la derrota no fue lisa y llana; que los ingleses en muchos episodios de la batalla fueron ampliamente superados y las valiosísimas cualidades que actualizaron distintos hombres en el combate.

Si de estupideces se trata, en primer lugar hay que mencionar la pésima valoración que se hizo respecto del rol que ocuparía los EEUU en la mediación y la reacción que tendría Gran Bretaña frente a la invasión de las Islas. En primer lugar hay que explicitar las bases desde dónde se hicieron estos erróneos cálculos. El antecedente del canal de Suez en 1956 hacía pensar que algo parecido podía suceder. Por entonces Egipto ocupó el canal (territorio egipcio controlado por compañías británicas). Inglaterra, Francia e Israel invadieron Egipto; y la ONU ordenó una intervención humanitaria. El episodio terminó como Nasser quería y el canal pasó a manos Egipcias; a pesar de la aplastante derrota militar. Este episodio fue tomando en cuenta por la Junta. Por otro lado, las relaciones entre Argentina y las islas eran muy estrechas: docentes, médicos, profesionales y gentes de oficios iban regularmente a las islas, haciendo menos drástico el aislamiento. El gobierno británico trataba a los malvinenses como ciudadanos de segunda, mientras Argentina realizaba un esfuerzo humanitario y logístico diario. Todo ello hizo pensar que la ONU intervendría a favor nuestro.







En el punto anterior hay algo de racionalidad, pero la especulación más estúpida se hizo respecto del rol que ocuparía EEUU en el conflicto. Argentina había exportado a centroamerica el terrorismo de Estado, asociado a la CIA y a la administración Reagan. El batallón 601 de inteligencia argentino, un grupo de torturadores siniestros, entrenó a las primeras bandas de contra revolucionarios nicaragüenses, desde sus bases en Honduras. Los yanquees ponían los fierros y la guita, y la FFAA argentina, los instructores. Estos hechos hicieron creer a la Junta que Reagan alentaría una salida diplomática del conflicto, dándole a la Argentina la soberanía sobre las islas. El gobierno neoconservador de Reagan no solo no hizo eso, sino que apoyo a Tacher en el raid punitivo, (de tal modo que años después, militares británicos, confesaron que, sin la ayuda norteamericana, no podría haberse llevado a cabo la campaña).






EEUU le brindó a Inglaterra la base militar de la isla de Asunción, (que queda a mitad de camino entre Londres y Malvinas, en medio del Atlántico); millones de litros de combustibles; aviones cisterna, para repostaje en vuelo; información satelital y escuchas electrónicas entre el mando y la tropa argentina, y por sobre todo, les cedió la última tecnología en misiles para combate aéreo: los sidewinder, (responsables de 17 de los 49 derribos, una tasa muy elevada sobre el total, 35%) y todo tipo de material bélico.




Otro estúpido error fue el momento en el cual decidieron la recuperación, abril de 1982. A finales de ese año iban a ocurrir dos cosas que podían haber resultado determinantes. Por entonces la crisis económica en el Reino Unido había obligado al gobierno de Tacher a realizar un duro ajuste, que impactaría en el tamaño de la Marina Real. Si la Junta hubiese esperado hasta fin de año los ingleses no hubiesen contado con sus portaaviones livianos y otras unidades de superficie. Otra ventaja de haber esperado era que por entonces Argentina tenía un acuerdo con la empresa francesa Aerospatiale que suministraba misiles exocet de última generación y aviones super etendart para el lanzamiento. (Este sistema de armas no se había probado nunca hasta el momento en un conflicto bélico). En Abril la empresa sólo había entregado cinco misiles y dos aviones. Mas aviones y por lo menos quince misiles fueron embargados en Francia, a pesar de que ya se habían pagado, pues ese país participó del bloqueo militar y económico a la Argentina.


Lo cierto es que la Junta no tenía mucho más tiempo político, y esperar un momento mas favorable bélicamente habría significado quizás un empeoramiento de la situación política local.

Volviendo a la idea inicial, debemos rescatar ahora los episodios heroicos de la contienda. Para empezar debemos referirnos a la batalla aeronaval. Las estimaciones primeras de la Fuerza Aérea eran que podrían enviar dos oleadas de ataque. En la primera serían derribados la mitad de los aparatos, y en la segunda, la mitad de los restantes. Con lo que quede no podría realizarse un tercer ataque por considerárselo un suicidio. Las estimaciones más optimistas calculaban dos fragatas inglesas hundidas. 

La mayoría del material aéreo argentino era de fines de los años 60; es decir antiguo. Pero había un beneficio secundario en ello, y era que la fuerza aérea tenía muchísima experiencia de vuelo. De hecho, pudieron desarrollar tácticas originales que emparejaban las diferencias tecnologías. Tácticas que requerían una enorme cuota de heroísmo, ya que debían volar a metros del las olas, (las que llenaban de salitre las cabinas, dejando a ciegas a los pilotos), y cuando llegaban a metros de los buques ingleses, debían subir y descargar sus armas a 900 km por hora, mientras recibían fuego de armas livianas, cañones y misiles. Tan cerca pasaban de las antenas y radares, que las bombas no llegaban a explotar, el 80% no lo hicieron. (Lo cual significaba un daño igualmente, imaginen un pedazo de metal de 500 kilos arrojado a casi 1000 kilometros por hora!)




En fin, el saldo sorprendió a todos: 9 barcos ingleses fueron hundidos; 8 dañados gravemente, que debieron ser retirados del teatro y sus reparaciones llevaron en casos dos años; y 13 dañados levemente, puestos temporalmente fuera de combate y reparados en el teatro de operaciones.









Otro episodio a tener en cuenta es el de la defensa antiaérea de la Isla, 23 aviones y 24 helicópteros fueron abatidos. Y cabe destacar que la pista de aterrizaje de Puerto Argentino se mantuvo operativa durante todo el conflicto. De hecho entre los pilotos argentinos se acuñó una buena chicana contra sus pares británicos: “durante dos meses no pudieron hundir un barco de 60 metros”, haciendo referencia a la pésima puntería que tuvieron al atacar la pista.






Que la pista permaneciese operativa significó que el puente aéreo, sostenido pos dos aviones Hércules c-130, se mantuvo hasta el último día. Este hecho inquietaba mucho a los ingleses pues no podían hacer efectiva la zona de exclusión sobre las islas.



Respecto de los exocet hay mucho por decir. Cuando comenzó el conflicto el servicio de inteligencia ingles consultó a su par francés por el estado del programa exocet en Argentina. Cuando comenzó el bloqueo los franceses retiraron a los técnicos que debían instalar el software requerido para que el avión y el misil se entiendan. La conclusión fue que los argentinos no tenían la capacidad técnica para desarrollar esos programas. Imagínense, año 1982, los técnicos locales trabajaron frenéticamente para poder desarrollar esos programas. De los cinco misiles disponibles  usaron uno para probar los sistemas. El primero de mayo se disparó por primera vez el misil y el resultado fue el hundimiento de la más moderna fragata inglesa, el Shefield, botada en 1975. La sorpresa en Londres fue aterradora; los argies, habían podido desarrollar el sistema exocet hasta ponerlo operativo. La preocupación fue tan grande que comenzaron a evaluar un ataque a la base aérea de Rio Grande para matar a los pilotos, destruir los aviones y los misiles. La operación resultó un fracaso y los comandos SAS debieron escapar a Chile.





Otro capítulo de las saga exocet tiene como protagonista al Capitán de Navío Julio Pérez; quien tuvo una gran idea. Al promediar el final del conflicto las fragatas Inglesas se acercaban impunemente de noche y bombardeaban las tropas acantonadas. AL principio lo intentaron hacer de día pero fueron duramente castigadas por la aviación argentina. Pero de noche, los aviadores no tenían como ubicarlas. Luego del hundimiento del Belgrano la armada había retirado la flota al continente. Las fragatas argentinas llevaban en cubierta una versión mar-mar de los exitosos exocet. Perez ideó el modo de instalar los silos de MM-38 en un acoplado de camión y dispararlos a las fragatas enemigas cuando se acerquen a la línea de tiro. Llamaron al sistema ITB, Instalación de tiro berreta, y tuvieron éxito el 11 de junio, al darle en popa al Glamorgan, y ponerla fuera de combate.



Bueno, verán que podemos seguir repasando actos heroicos y destacables de la batalla. Antes de terminar quería revisar uno de ellos, referido a la infantería. Hubo un batallón, el BIM5 que técnicamente no se rindió; nunca fue vencido en las Islas. Este Batallón de Marina se destacaba de la mayoría de las unidades de infantería, puesto que se trataba de soldados entrenados, equipados para dicho teatro de operaciones. Las unidades de la misma calidad, que poseía argentina, se quedaron en el continente esperando una ofensiva chilena; pues Inglaterra había solicitado a su antiguo aliado que movilice las tropas como lo había hecho en 1978. La Junta temió la apertura de un nuevo frente continental y a las islas movilizó las tropas menos preparadas, con la excepción del BIM5.



El día 12 de Junio a la madrugada, mientras la unidad se encontraba bajo asalto ingleses, el Jefe del Batallón ordenó a su artillería que haga fuego sobre sus propias posiciones; las cuales se encontraban atrincheradas. Esto significo que la metralla encontrara a los ingleses en campo descubierto y a los argentinos en sus pozos y trincheras. El asalto había fracasado. Solo cuando el mando enemigo comprendió la calidad de la tropa en ese sector, y multiplico el numero de atacantes, el BIM5 se replegó ordenadamente, luego de rechazar numerosas oleadas. Como ya dije, este fue el único batallón que no se rindió en combate, e incluso se les permitió desfilar por Puerto Argentino con sus armas, insignias y banderas.







Conclusión: Debemos revisar el episodio bélico a los fines de terminar con algunas interpretaciones erradas, que tuvieron su funcionalidad política entonces. No podemos sostener que todos los militares que participaron en el conflicto son responsables del terrorismo de Estado, ni otorgarle a la postal de los niños de la guerra, con frió, hambre y dolor, el monopolio simbólico de los hechos. Hay que decirlo con todas las letras, los ingleses ganaron por muy poco la guerra.