martes, 28 de enero de 2014

El consumo como proyecto de (infra) vida





"Consumir: 1260, "destruir, extinguir, gastar". Tomado del latin consumere. Sus deribados: consumidor s xx; consumo, 1505" J. Corominas abreviado


Cada época propone unos proyectos de vida. El paraíso, la felicidad, el nirvana, la gloria, etc… fueron alguna vez las metas que persiguieron unas gentes. Hoy nada de eso se inscribe. Lo que cunde es el consumo como proyecto de (infra) vida. ¿Quiénes asumen como suyo este proyecto? Empleados  con cierta estabilidad laboral que residen en la ciudad, o llegan a trabajar en ella a diario. Estamos hablando de mucha gente: casi 2, 5 millones de personas!
El hecho es que ellos (por no decir nosotros, o simplemente yo) poseen un empleo que poco, o nada, tiene que ver con lo vocacional. Simplemente se hace algo, que a uno no le interesa, durante ocho, diez o doce horas; y luego al final de la semana, de la quincena o del mes, recibís un dinero, que no es poco ni mucho. En este minestrón diario se cuece el proyecto al que hago referencia.
No quiero abordar sociológicamente, o historiográficamente, este asunto.  Vamos a corrernos hacia la ficción y el ensayo, donde estoy más cómodo. Entonces hablemos del origen mítico del homo consumer. En la novela de la Historia el trabajador y el patrón se repartían exclusivamente los libretos. Pero con pies de paloma, la figura del consumidor entra al escenario y desde entonces ya no se habla de otro personaje.

El origen.

Hubo un origen del hombre consumidor­. Uno fantástico, lógico, ficcional. Un origen no-histórico. Dicen que, en el comienzo, llegaron carretas con novedades. Desempacaron la sociedad de mercado y pregonaron el nuevo liberalismo. El sujeto, desde afuera veía, con deseo. Quiso entrar pero le pidieron algo a cambio. Para ingresar al consumo debía negociar. Y el sujeto hizo un trato; uno pésimo, pero trato al fin. Daba  su deseo a cambio de entrar al nuevo goce. Uno que prometía durar mucho antes del fin. Un goce más que moderno; espectacular, escópico, imaginario.
El homo consumer se constituye a las puertas de la sociedad de mercado haciendo el peor negocio de su vida. Entra al mercado haciendo un mal negocio. La huella de esto quedará. Entregó su deseo y esto le traerá el mal del vacío. No hablo del vacío vital que tracciona, como en los rompecabezas móviles cuyo centro hueco permite que las piezas se desplacen. Hablo de vacío a secas, vacío a pelo, sin recursos ni herramientas (les recuerdo que el deseo fue entregado en la puerta como parte del trato). Sufrimiento entrañado para el cual, sin embargo, existe una oferta. Parece que el nuevo goce es analgésico. No cura pero dura. 

El curso normal de las cosas

Mientras la cosa marcha se trama un circuito de goce que está compuesto por tres hebras: el empleo, la  unidad domestica y el paseo de compras. De la casa al trabajo, del trabajo al shopping y del shopping a la casa. Proyecto de infravida: meta y meta.
Lo del trabajo lo dejamos para otra ocasión. Aquí importa la casa y el paseo de compras. Ambos sitios forman las caras de una moneda; la del rinde. Rinde económico y rinde anímico. En el paseo de compras se realiza un máximo de beneficio económico. El hiper consumo se dispara y con él los índices de la economía. Allí existe un beneficio secundario: se aplaza el sufrimiento, se patea para adelante, remiendo anímico. Y en la unidad domestica ocurre lo mismo, pero al revés. Máximo rinde anímico; y algún beneficio económico colateral.
La normalidad del nuevo liberalismo contempla un consumidor que rinda económicamente en el shopping y se auto haga anímicamente en la unidad domestica. Anestésica unidad domestica, alivio para el alma, goce que embriaga. Consumismo motor. Ese es el plan.  Así seguimos tirando, melancólicos por aquel mal paso que dimos al renunciar al deseo por un empleo, (que nunca parece suficiente gracias a la capacidad elástica del canal de goce. Este hace creer que lo que uno gana no alcanza nunca. Pues en verdad no se gana).
La normalidad del consumidor, en su infra vida, pivotea del empleo al paseo de compras, y de allí a la unidad domestica: trabajo, compras, anestesia. Y angustia basal.

Zarandeo

 Cuanto todo va bien el capitalismo y la infra vida del consumo son viables. Pero cuando el consumidor logra el máximo de rinde anímico en el paseo de compras y el máximo del económico  en la unidad domestica se desatan efectos fatales. Tanto que impiden la reproducción del ciclo económico y de biológico. Ya no es goce que dura sino uno que va de punta a punta: de lo máximo a la nada misma.
El que avisa no traiciona, y ya dije que esto iba de ensayo y ficción; por lo tanto traigo dos figuras, dos metáforas. La primera; de cómo el consumidor logra mucho beneficio anímico en el frustrante paseo de compras: el saqueo. Cuando el consumidor saquea ingresa en su pura esencia. Entre él y el objeto de consumo no terceriza nada, ni ley, ni moneda, ni otro. Masivo encuentro con el objeto que produce picos de excitación anímica. Todo ello a expensas del ejercicio capitalista que deviene imposible frente al saqueo. Aquí cabe una advertencia, la interrupción del capitalismo por el saqueo no tiene nada de revolucionario o de anti capitalista.
Segunda advertencia: se discute a raíz de los saqueos últimos, los del 2012 y 2013, si son efectos de una crisis o es pura conspiración organizada. Se polarizan las posiciones. La cosa va de tomar partido y no de pensar los hechos. Yo creo que hay algo de conspiración pero no podemos explicar los saqueos exclusivamente por ello. Y definitivamente no hay ninguna crisis. El saqueo es una anomalía en el modelo que devino exitoso. Sabemos que el modelo económico apuesta fuerte al consumo interno. Una desviación de ello es el saqueo en contexto de hiper consumo. Lo dicho no exime a los conspiradores. Entonces, los saqueos de 1989 y 2001 son efecto de una crisis de un modelo, y los del 2012 y 2013, son efectos indeseados de la consumación de otro modelo. En todos los casos existe un fondo conspirativo.
En fin; el saqueo es la figura que expresa el máximo de rendimiento anímico fuera de la unidad domestica a expensas de arruinar el ejercicio normal económico del paseo de compras.
La segunda metáfora refiere al máximo de rinde económico en la unidad domestica a expensas de la vida anímica, (y en éste caso la vida biológica), del consumidor. El martes 17 de diciembre de 2013 De VIdo anuncia por radio que el consumo nacional de energía eléctrica ha roto un record histórico con un pico de 24.000 megavatios. Recuerda a la audiencia y a los periodistas que en 2003 el consumo máximo era de 14.000. Mientras en Villa Ortuzar no hay luz; pero no importa porque el consumidor está dispuesto a traer a las entrañas domesticas el objeto que representa el corazón de la economía: el motor de combustión.  Es que el ánimo se ha vuelto electrodependiente. Softs Jonkis de la imagen. Virtualcamellos electrónicos. Nadie, ningún record histórico de consumo eléctrico, va a detener al goce apantallado y aireacondicionado. Se cierran las ventanas para que no entre el calor ni salga el frio, se enciende el grupo electrógeno y a mirar la tele, a navegar en la tablet, a jugar al ipod, fresquitos e intoxicados. El monóxido de carbono arruina el ciclo biológico del consumidor por asfixia, en el seno de la unidad domestica por medio de la epifanía económica del grupo electrógeno. Como el saqueo en su máximo rendimiento anímico arruina al capitalismo del shopping, el motor arruina el ciclo anímico y vital del consumidor en su casa.