martes, 3 de febrero de 2015

Nisman o la política excluyente

La gente de a pie no tenía ni idea qué era eso de la “guerra de inteligencia”, ni de qué la iba la denuncia del Fiscal Nisman. Era otro capítulo más de la puja entre el gobierno y el monopolio. De pronto, y por arte mediático, la cara del fiscal inunda los medios: hallaban su cuerpo muerto sin vida.

¿Alguien vio el cuerpo? Sólo queda confiar en los que dicen haberlo visto. Y sólo queda confiar. Confiar en los que dicen haberlo visto suicidado; en la palabra de otros, (algunos de los cuales operan sin escrúpulos), mientras nosotros miramos la pantalla.

Pero no es un momento apacible donde sólo queda confiar y ya. Muerto el fiscal, (o mediáticamente muerto el fiscal, o el fiscal muerto en los medios), es cómo si la burbuja de vidrio con nieve adentro se agitase fuertemente y empezase el juego de las sillas. La noticia es replicada a toda velocidad y lo único que se sabe es que el tipo está muerto. A ver, algunos lo saben, la mayoría, la extrema mayoría de la audiencia, de los espectadores, de los consumidores de información, no sabemos nada, sólo tenemos información muy manipulada. El juez, los que instruyen en la causa, algunos peritos, y algunos participes de las esferas más altas del poder político, económico y mediático realmente saben. A nosotros, los espectadores, sólo nos queda confiar, mirar, escuchar, leer.

Volviendo a la burbuja de cristal con nieve adentro: la noticia, y las interpretaciones, se multiplican rápido, y empieza un combate político (abierto por las incertidumbres del caso). ¿Lo mataron? Y si lo mataron, ¿lo mato el gobierno? ¿O lo mató otro agente interesado?, (la CIA, un ex SIDE, el Mosad, los Iranies). Y si se suicidó, ¿fue inducido?;  y si no, ¿sólo hubo convicción, sin influencia de terceros? Y si se suicidó sin ser inducido, ¿fue porque se vio derrotado y avergonzado por un probable papelón al denunciar una fantochada? ¿o su suicidio es parte de una estrategia altruista, y el fiscal ha querido adjuntar, a una denuncia sosa, un fiambre? Porque, a mi entender, esa denuncia no es más que otro episodio de “Periodismo para todos”, acompañado por firma, sello y membrete. Sin embargo, con cadáver adjunto, la denuncia deviene un verdadero artefacto explosivo.

Usualmente, ante circunstancias similares, es decir, un fiscal que denuncia al presidente, y aparece “suicidado”,  la historia enseña que a ese muerto se lo cargó el poder político; (es decir algún esbirro del poder que operó con toda la impunidad que el caso le permitía). Sobre esas marcas que ha dejado la historia de la política en la población se acomoda el caso Nisman. Pero hay otras marcas más. Hemos visto al poder económico, mediático, para-político, operar de los modos más tenebrosos y desestabilizadores. Entonces sobre esas marcas también se apoya el caso Nisman.

El tema es que, en lo inmediato, mucho antes que la Justicia hable, existe una urgencia política en los operadores. Y esos operadores van a montar sus trucos sobre las marcas antes dichas. Hay una potencialidad política en la situación abierta a la que se le puede sacar provecho. Y esa potencialidad caduca. Cuando la justicia se expida ya se habrá agotado. De hecho la potencia surge del desfasaje temporal entre la vertiginosidad mediática y la minuciosidad judicial (ni hablar de la parsimonia burocrática). En ese tiempo en que el elefante blanco dictamine la verdad jurídica, la verdad mediática será zamarreada de aquí para allá.  Esa verdad es transitoria, es efímera, pero tiene efectos concretos y altas chances de mover el tablero.

Esa guerra por la verdad urgente y mediática produce espectadores de la política. Producen sujetos que quedan paralizados sin capacidad crítica, reducidos a consumidores fieles a sus vehículos de información.  Todos aquellos que hemos sido interpelados por la primera noticia, la que decía del hallazgo del cuerpo del fiscal, hemos sintonizado el canal, el programa, el diario, la página que acompaña nuestras sospechas; y las alimenta. Nos hemos vuelto repetidores activos de contenidos, polemizadores acérrimos, acríticos, monocordes, monotemáticos. Todo ello produce empobrecimiento simbólico, signado por el antagonismo automático. En la base de la pirámide sólo encontramos radicalización de la opinología.  

El caso Nisman es tan incierto, estamos, los de a pie, tan lejos de saber algo sobre él, que sólo nos queda reforzar el posicionamiento ideológico anterior. Para cada sujeto no hay dudas al respecto. No hay dudas que lo mató el gobierno. No hay dudas que es una jugada del monopolio o del Norte. No hay dudas que todo esto es una prueba más de lo abyecta que es la política. ¿Y por qué nadie duda? ¿Por qué  frente a un caso plagado de incertezas los espectadores políticos no tenemos dudas? Porque la duda aparece cuando tenemos un cuadro de situación parcialmente armado y de modo intermitente aparecen opacidades. Es decir, sólo cuando nos podemos figurar el cuadro general, pero algunos aspectos parciales nos quedan en las sombras, tenemos dudas.

Si todos los aspectos de la situación son evidentes no hay dudas. Pero si ninguno lo es tampoco podemos formarnos la. Y ante la impotencia de hacernos la duda nos quedan dos caminos: o bien mantenemos la incertidumbre (lo cual, creo, estamos a millones de años luz de distancia, y además poseemos una ajenidad cultural de dimensión geológica con respecto a tolerar la incertidumbre), o bien tomamos posición de certeza. Entonces todos opinamos y aseguramos saber qué pasó: lo mataron, lo indujeron al suicidio, se suicidó, son todos unos boludos, la política es una mierda, se mató por forro, lo mató el Mossad, etc, etc, etc...

Si algo defiendo del kirchnerismo es su capacidad de politizar la sociedad. Lo hizo con el conflicto con el campo y la 125, lo hizo con el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, la ley de medios y la democratización de la justicia. Defiendo la horizontalización de la política, la politización de la sociedad, la generalización de la participación. Pero el caso Nisman logra la victoria de la política excluyente, la verticaliza, arma una pirámide donde el juego se juega en el vértice y lo juegan pocos. Nadie sabe nada y lo poco que se sabe lo saben pocos. Todo se vuelve incierto y se propaga la angustia. “si te metes con el gobierno te matan”; “si te metes con la corpo y los de Norte te tiran un muerto”;  “si te metes en política, o querés cambiarla, te matan, o te tiran un muerto, o apareces suicidado”.  Sólo queda confiar, mirar la pantalla y opinar, mientras las fichas las mueven unos pocos, quieran o no.

Quisiera este alboroto por las denuncias de un poeta y no por los delirios de un fiscal. ¿Se imaginan si un poeta se las pasa diciendo a los cuatro vientos que va a denunciar al presidente y luego aparece “suicidado”? ¿Tendríamos este quilombo? Pues no. Y por eso, porque nos conmueven los delirios de un fiscal empedernido, sospechoso de todo, sin pruebas de nada, es que nos resta mil años de maleficios. El día que le temamos al poeta muerto por sus denuncias, y no a los delirios del fiscal, ahí habremos logrado algo como civilización.

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