¿Qué es SLOT?
¿Alguien sabe? Veamos: Machine slots, tragaperras, maquina de la fruta, traga
monedas, aaaah! TRAGAMONEDAS. Hubiésemos empezado por ahí. ¿Porqué no llamar a
las cosas por su nombre? Slot no dice nada, traga monedas dice mucho. Llamar
slots a esas maquinas es maquillaje liviano.
Ese
maquillaje liviano, que puede ser un nombre inocuo como slot, es una parte de
un trato que hay entre empresarios del juego y los jugadores (llamarle jugadores a los usuarios de slots
es también parte de ese maquillaje).
Asegurar el
maquillaje es la responsabilidad empresarial. El jugador, o ludópata, hace su
parte también: una potente negación. Niega su adicción, su enfermedad, su
condición infra humana. Niega que ese enorme dispositivo ha convertido su carne
en una pieza, una terminal, un engranaje de la slot machine.
Cada uno cumple
con lo suyo: el jugador niega la realidad en la que se halla, pero pide un maquillaje mínimo que lo ayude a
negar. El empresario del juego debe darle a todo ese asunto un aspecto de
salida de placer, de sala de juegos. Ese es el trato, unos niegan con
énfasis para ser tragados y otros disimulan tibiamente para tragarlos.
Un cartel, en
el salón donde se permite fumar, reza:
Usted puede
seguir disfrutando de este espacio en la segunda planta
¿Qué puede
ser, sino una negación descomunal, la que asocie todo aquello al placer, al
jugar y al disfrute? ¿Qué puede ser asociado con el disfrute en una sala de
slots donde se permite fumar? Los ludópatas le piden a sus verdugos un mínimo,
muy mínimo, de chamuyo. El resto lo ponen ellos, y lo ponen todo, para
perderlo.
Nadie va a
colgar un cartel que diga: sala de tragamonedas; sino: sala de slots. Porque ahí nadie va a tragar nada, sino que están
jugando. Y ninguno de los presentes padece el sufrimiento horrible del jugador,
todos están en el disfrute lúdico.
¿Es joda?
Digamos la posta: nadie se cree eso del placer, el juego y el disfrute. Hay que pensar ese pacto mortífero entre los empresarios, y el jugador.
Primero, el jugador o ludópata, no se parece en absoluto a un jugador.
Segundo, lo
lúdico no tiene ningún lugar allí. Nada, ninguna de sus formas, ni siquiera bajo la
figura patológica. De hecho, podríamos pensar que ludo – patía es un oxímoron.
No puede existir, estrictamente, en el juego algo patológico. Es el juego lo no
patológico por definición. Un destino patológico está marcado por una infancia
sin juego. Desde ahora no uso más la palabra ludópata, sino idiópata.
Las palabras
están vivas y corcovean, quieren jugar. Entonces juguemos con la palabra traga monedas. Tiremos de traga para ver que sale, arrastrando con ella.
Comencemos: Jugar al traga monedas es a jugar, lo que tragar es a degustar la
comida. Es decir, quien “juega” tragamonedas no juega, como quien traga no
degusta. El placer culinario de comer sin apuro, poniendo en cada rincón
papilar una pausa es lo contrario de tragar el bolo alimenticio. Podemos decir que el idiópata cuando come no
degusta, traga; cuando juega, no juega, traga y es tragado. Y aquí aparece algo
más, pues no sólo no puede sentir el placer y el disfrute del juego, sino que
es engullido y tragado en ese acto pretendidamente lúdico. Así que la maquina
que traga monedas, no solo traga monedas, sino que traga sueldos, riquezas,
jubilaciones, patrimonios.
Vemos que en
la sala de slots existe una función hegemónica, predominante: tragar: maquinas
que tragan sueldos, personas tragadas por maquinas, personas que tragan humo,
comida, bebidas; maquinas que tragan padres, madres, familias, parejas, seres
queridos. Todos tragan y son tragados, y tragar no tiene, absolutamente nada
que ver con el placer, el disfrute y el juego.
Pero si es
tan malo lo que sucede ahí, ¿porque tiene tanto éxito? Los idiópatas, los tragópatas, hacen algo afirmativo en la garganta de slots.
No van como víctimas pasivas. Ellos hacen el pacto con el empresario, ponen su
parte y luego piden que nadie los mire. Dentro de la sala, donde hay 3500
maquinas, la atmosfera es asfixiante. Nadie mira y nadie quiere ser mirado.
Cada uno en lo suyo, pero uno al lado del otro. No hay pudor, ni vergüenza; los
otros no existen. El capullo anímico está cerrado. Un gajo es la maquina y el
otro la persona. Esto es todo lo que existe mientras haya crédito.
El idiópata
está furiosamente ensimismado como un lactante al pecho materno. ¿Han visto alguna vez un bebe tomando teta? ¿Vieron
que para el niño, cuando chupa el pecho, no existe nada más en el mundo? Así
esta el idiópata, aferrado a la maquina que lo traga, como un bebe al pecho
materno.
El lactante
cree que la teta, su boca, el tracto digestivo y el chorro tibio de leche, son
la misma entidad. El es la teta, la leche y el tubo por donde baja la leche. En
la realidad psíquica del niño el circuito está cerrado y solo una parte de su
madre y una parte suya existen. Es la primera unidad psíquica, originaria. El
idiópata la recrea pero de modo inverso y mortífero.
En primer
lugar es inverso el sentido del flujo. Si al lactante le llega un chorro tibio,
al idiópata no le llega nada, de él parte un flujo hacia la maquina; el dinero,
chorro papeloso, hediondo y frío que suelta.
En segundo
lugar, la leche materna era vital en sentido nutritivo y psíquico. Pero la
maquina seca, desnutre, aniquila al boludopata.
Pero a
pesar de la inversión en la dirección de los flujos y de la inversión del
sentido global de la operatoria, las formas, las piezas, los contornos, los
circuitos, son semejantes, se parecen. El idiópata quiere volver a donde no se
puede volver, al lugar psíquico cerrado y completo donde el mundo no había
metido aún la cola. Donde la teta, el tracto y chorro tibio eran uno y nada
más. Ahora la maquina, el pulsador, su crédito, la guita, la ranura, la
pantalla, las luces, el ruido, todo eso es él; por fuera nada.
En la noche
del goce todos los circuitos pulsionales se parecen
No hay comentarios:
Publicar un comentario