miércoles, 3 de diciembre de 2014

Angustia

Es la cero hora. Cero, nada, ¿qué mejor momento para empezar a escribir sobre la angustia?

Como otras veces, como siempre, no voy a escribir sobre la angustia en términos objetivos, ajenos y distantes. Voy a escribir sobre ella porque es lo que me pasa. Si fuese fotógrafo y viajo a las sierras, le sacaría fotos, porque de donde soy no hay montañas, sólo planos y un río grande como el mar. Por eso, porque no es cotidiana ni habitual la angustia, ahora que se me ha instalado, la aprecio fascinado.  La angustia es como una montaña en una planicie dónde ayer no había nada. No me pasa seguido, por lo menos no tan consciente. Está aquí, en mi cuerpo, lo ha tomado por completo, tiene una presciencia irremediable e irrefutable, aunque no pueda verla, ni tocarla.

No se cuántos modos de aparecer y llegar tiene. En mi, irrumpió ni bien me dieron las nuevas: "tenemos no buenas noticias". La muerte hizo su trabajo, de eso se trataba. Cuando lo escuche de cuerda vocal del médico, deje de oir, se me fue la audición por unos segundos, y cuando volvió sufrí un mareo. Me aturdió como un golpe. "Falleció esta madrugada". A partir de entonces iba a repetir, y a escuchar, esa palabra, que quiere ser respetuosa, mantener las distancias. Falleció es la palabra que usamos para dar la noticia de la muerte. No dije, ni escuché decir "fulano murió", salvo en contextos íntimos y familiares.

Ni bien me repuse del mareo fugaz, fue como sentir una coraza que se armaba y me endurecía. Defensivo le escupí al matasanos: "ya lo sabía".¿Cómo iba a saberlo? Habré querido decir, "lo intuía, lo esperaba"; pero ¿saberlo?. El tipo seguía hablando y diciendo cosas que, supongo, el creía que yo quería escuchar: que "falleció durmiendo", que "no sufrió". Ahora no lo escuchaba, (que no es lo mismo que no oírlo), en mi cabeza buscaba cómo seguir. De pronto lo interrumpo "¿y a dónde voy ahora?, en el Hospital debe morir gente todo el tiempo, ¿qué hacen los familiares?" . El medico sigue insistiendo en un monólogo: falleció, dormido, sin doloranestesia, paro cardio respiratorio. Vuelvo a interrumpir, enojado, "¿Dónde voy? ¿Qué tengo que firmar? ¿Dónde retiro el cuerpo?". Las palabras firmar y cuerpo, vallaron su actuación: "Anda con la trabajadora social".  Me fui entonces por el hospital y mientras caminaba me llamó la atención que no podía leer los carteles. Los carteles parecían con errores, pero no podía determinar si sí, o si no, estaban mal escritos. ¡No podía leer! O mejor dicho, sabía que podía hacerlo, pero requería de mi unos recursos enormes; cuando en una situación normal, en un pestañear, habría entendido los letreros.

Cuando llegué con la trabajadora social sentí alivio. Al fin alguien que trate el tema de manera burocrática. La tan odiosa burocracia, el trámite, la diligencia, ahora eran como un colchón inflable, como un airbag que impedía que desquicie. Retroactivamente puedo ver que lo más duro de todo fueron esas cinco, o seis horas, en que demoré en poner en marcha la maquinaria administrativa que se encarga de estas cosas. La gente muere todo el tiempo y existen un espeso manojo de procedimientos, empleados y oficinas que se encargan de hacer algo con el fallecimiento, con la defunción. Cuando pude burocratisar mi caso, la angustia cedió una pizca y apareció alguito de dolor. Por lo tanto caí en la cuenta de que estaba con una angustia enorme, pues no tenía con qué confrontarla para darme por enterado de su presencia. Es como el cuento del monocromo azul; si sólo existe el azul, no existe el azul. El azul aparece, en un mundo monocromo azul, cuando irrumpe otro color que permite llamar al primero azul. Entonces, así estuve cinco o seis horas: sólo angustia.

La trabajadora social es tajante: "esto se puede hacer de forma privada o no". La cuestión, si tenes guita para pagarle a la casa de sepelios, les llevas a ellos el DNI del difunto y el certificado de fallecimiento, y ellos se encargan de todo. Incluso, me dio a entender, los procedimientos se relajan, porque "ellos tienen gente adentro". En mi estado de angustia masiva entender la frase "ellos tienen gente adentro" me costó el doble que de costumbre, todo suena literal desde la angustia, no hay metáfora. Si no tenia la guita para que la gente, que tiene gente adentro, se mueva rápido tenia que morfarme el garrón de los pobres. ¡Cómo los cagan a los pobres! Ya por empezar, como eran pasadas las dos de la tarde, tenía que volver mañana a las ocho de la mañana porque el Registro Civil de Florencio Varela ya había cerrado. Pero como había comprado a la gente que tiene gente adentro, ese tramite no hacía falta, o se hacía después, o alguien sabrá qué carajo. La cuestión es que, yo necesitaba que la cosa avance. No podía sostener mi psique un letargo de doce horas sin accionar la burocracia mullidita. Y si no tenía la guita, me tenía que ir a mi casa, a veinticinco kilómetros del hospital, para volver a primera hora, a hacer un tramite, en un lugar que prometía ser el primero de una larguísima cadena de pasos. La burocracia de los pobres era una maquina de tortura, pero la burocracia de los que comen gente, perdón, los que tienen gente adentro, era confortablemente adormecedora.

"Ok! Señora trabajadora social, puedo conseguir la plata", parecía la respuesta a un llamado extorcivo del secuestrador. Quieren el cuerpo, denme la plata. "En ese caso, trae el DNI y pedi el certificado". El DNI?, el DNI? uuuuuuhhhh... esta en la loma del culo, a la vuelta.

Mi celular había tambien fallecido. Tengo un aparato de mierda, tenemos, todos nosotros, los argentinos dos celulares per capita en nuestro país, que sirven para mirar porno, ver gente cagándose a piñas, comentar chismes, mirar Facebook, sacar fotos, tomar vídeos, comprar, pero cuando realmente lo necesitas, cuando tenes que dar una mala noticia, una no buena noticias, la mierda esa no anda! A buscar un locutorio. Llamo a mi hermana para que traiga el DNI, y le aviso las noticias no buenas.

Mientras espero, ¿espero? El tiempo dejó de existir. Pasaron cinco horas hasta que llegó el DNI pero para mi fueron un manojo de minutos que se mesclaron con charlas locas y partes de mala noticia. "Sí, falleció esta madrugada", "Sí, no sintió dolor", "Sí, falleció esta mañana", "Sí, no sufrió". Un speach, se me armó un cuentito que repetía mientras el tiempo no me sucedía llegando el DNI.

Una de las charlas, con un amigo, me dió una clave valiosisima para poder seguir lo que me tocaba. Mi amigo acertaba "la muerte de un padre es un momento único que requiere de vos todo el protagonismo, sólo ocurre una vez". Si no hay qué venza a la muerte, sí existe algo que casi lo hace, es la amistad. Las palabras de un amigo ordenaron el espacio afectivo corporal, me pusieron otra vez en la tierra, fueron el atalaya en las pampas desoladas de la angustia, hasta llegar a  la mullida burocracia de la casa de sepelio.

Nos encontramos con mi hermana en el estacionamiento del hospital. Me dijo: "El DNI está en el bolso, yo no lo quiero ni abrir". Abrí el bolso como si fuese el cuerpo mismo del difunto, ahi estaba el librito verde que me permitía salir de la pausa espesa. 

A partir de allí todo con aceite: DNI, denuncia, certificado, donación de corneas, casa de sepelio, pagares. En la casa de sepelios entre como un novato y salí experto en las artes del tramite mortuorio. Fuimos a la sala donde se exponen los cajones fúnebres y elegí el combo para la situación. Lo íbamos a cremar, por lo tanto no tenía sentido gastos extraordinarios en el ajuar. ¿Pero algo tenía sentido? Todos esos cajones, ordenados de menor a mayor precio, listo para ser incinerados o enterrados y corrompidos por el tiempo. Todos, por default, tenían crucifijo. Mi cabeza traducía y ordenaba buscando una sola dirección: "quiero terminar pronto con todo esto". 

El funebrero me pregunta "¿qué contextura tiene el difunto?", "como yo", le respondí y sentí el frío filo de la guadaña con su promesa certera de un mañana incierto. Ajustamos los detalles, va a ser a cajón cerrado, de ocho a catorce y lo cremamos. Esa noche no dormí un carajo. Al otro día estuve parado y fumando en la puerta del velatorio. Me dolía el cuerpo de manera horrible. No llore, ni sufrí. Todo ocurría a la manera en que la angustia procede: dolores, inapetencia, ansiedad, insomnio, speach, abrazos de tapia. Pude sentir sin embargo, que algunas presencias funcionaron como puntales que me sostenían. Cuando todo terminó almorcé mecánicamente y me fui a dormir... catorce horas seguidas, ni las ganas de mear me despertaron.

Una situación fue realmente horrible, cuando tuve que firmar para que trasladaran el cuerpo me dirigí al sector de "Anatomía patológica" del hospital. Si uno no trabaja ahí, o no tiene un muerto que retirar, no transita por Anatomía patológica. El lugar es horrible, queda en la parte de atrás, de la parte de atrás del hospital. Su arquitectura esta dispuesta para el transito fluido de cadáveres; y si digo fluido, digo fluidos del cadáver, que los enfermeros y operarios del servicio deben lavar en unas duchas que, a primera vista, no tienen sentido, salvo cuando podes visualizar que algunos cuerpos deben ser lavados para su ingreso o traslado. Los pibes de la unidad de traslado se pusieron guantes de hule y encararon por la rampa hacia la ancha puerta que conducía a la morgue. No me iba a quedar ahí.  

Pasaron unos días y la angustia sigue. Ya no es sólo angustia, lloré un poco y comencé a sentir algo de dolor. La angustia opera en mí cerrando los conductos por donde siento el placer. Algunas pocas cosas me llenan: amar, comer asado con amigos, jugar fulbo y escribir/leer. Nada pude hacer hasta ahora de todo ello. O sea, lo hice, pero no lo hice. A los días estaba en lo de un amigazo y todo estaba dispuesto para nutrirme de esos recursos inmateriales que se dispensan en la parrilla, en el brindis, en la charla. Pero no estaba ahí. Mi cuerpo sí, pero los receptores no recibían nada. Me sentí un zombi. En otra ocasión jugué fulbo, y lejos estuve de jugar; como dicen "no dí pie con bola". La sensación es que se me rompió algo adentro, que sólo el tiempo puede soldar; aunque quede la herida, una que va doler cada tanto. Pero ahora no, no hay dolor, hay angustia. 

La angustia es como una montaña, que irrumpe en el medio del río, de la nada. Ahora está ahí, mientras el río le come la base. Lo hace, de a poco; sé que el agua se la llevará, pero mientras tanto... 

...hay una montaña en el medio del río.
























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