viernes, 25 de abril de 2014

Gil trabajador



Quiero mostrarles la etimología de la palabra TRABAJO:


En el siglo XIV aparecen las palabras LABORAR y OBRAR; derivan de ESFORZARSE, 1250 y de SUFRIR, 1220. Estos últimos provienen del siglo VI, del latín, TRIPALIARE, que significa torturar; a su vez derivado de TRIPALIUM, que es un instrumento de tortura, compuesto por tres palos, de allí TRES PALUS.







Entonces trabajar se asocia etimológicamente con torturar. Menuda relación, seguro, ya la intuíamos con el cuerpo, antes de conocer la etimológica.



Tanto la etimología, como la constatación diaria y cotidiana del trabajo, nos muestran su perfil torturante, su dimensión de castigo. Sin embargo, en la confusión sensible percibimos, aún sin poder elegir las palabras adecuadas, que hay algo en él que nos hace bien, que nos libera y gratifica.

Si uno googlea un poco sobre el sentido común entorno del trabajo va a encontrar las dos cosas; que hace bien y que hace mal. Claramente se trata de un embrollo, pues la misma palabra sirve para designar estados anímicos contrapuestos.

  • A todos les encanta trabajar, excepto a los que trabajan. (Anónimo)
  • Algo malo debe tener el trabajo porque si no, los ricos lo habrían acaparado. (Mario Moreno - Cantinflas)
  • El mejor remedio contra todos los males es el trabajo. (Charles Baudelaire)
  • El trabajo aleja de nosotros tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesidad. (Voltaire)
  • El trabajo duro purifica el espíritu. (Anónimo)
  • El trabajo es tan feo que hasta pagan por hacerlo. (Anónimo)


Si existe confusión es para ganancia de alguien; a rio revuelto… Empecemos a distinguir. En primer lugar se están mezclando dos tipos distintos de sufrimientos y dos tipos distintos de beneficios. Hay un sufrimiento relativo y uno absoluto; hay un beneficio genuino y otro espurio.


Sufrimiento relativo
Este sufrimiento es relativo en relación al sufrimiento corporal; que es sufrimiento posta, absoluto. Trabajar implica un movimiento que nos saca de nuestra zona de confort, que nos obliga a abandonar el ensimismamiento. Salir de la monada imaginaria, buscar el objeto exterior sobre el cual volcar la fuerza laboral. Ello implica un sufrimiento, un esfuerzo, un movimiento psíquico.

Sufrimiento absoluto:
Este sí es sufrimiento verdadero, (ni blando, ni anímico); aquí no se trata de movimientos psíquico para salir de monadas imaginarias sino movimiento óseo, muscular, carnal. Es el dolor de los trabajos más duros y pesados. Estos son, por lo general, los peores pagos, y los reservados para las capas más bajas de la sociedad.

El sufrimiento relativo podemos identificarlo al comienzo de la tarea, es un momento espiritual. El sufrimiento absoluto, en cambio, sucede durante y después de la acción.

Beneficio genuino:
Este beneficio refiere a la autonomía lograda, al valor adquirido; valor en el sentido doble de la palabra: valioso y valiente. Es genuino porque le permite al sujeto proyectarse socialmente, armar grupos de pertenencia, conseguir amigos, pareja. Descubrir que uno se halla inserto en un mundo, transformándolo. Que uno es parte de ese mundo y por lo tanto, si el mundo es susceptible de ser transformado vía el trabajo, uno lo es también.

A parte de la recompensa objetiva que logra, existe el bienestar que provoca la salida del círculo cerrado de lo imaginario, el haber conquistado un palmo de real.

Beneficio espurio:
Beneficiarse del trabajo del otro, eso lo hacemos todos. Esto permite entablar una relación social, El problema es que muchas veces esas relaciones son asimétricas. Y muchas de ellas están consideradas un delito y otras no. Por ejemplo el robo, o la estafa, son modos espurios e ilegales. Pero existen mecanismos espurios que no están tipificados como delitos. Procedimientos financieros, legales, burocráticos, administrativos, etc. Vivimos rodeados de infinitos procedimientos legales que expolian el trabajo ajeno. Es la carne misma del capitalismo.



Categorización

Bien sigamos abriendo la madeja. Se llama trabajo a muchas cosas, puede ser cualquier tarea que nos demande concentración, tiempo, y fuerza; o un sinónimo de empleo. 

Vamos a diferenciar al trabajo según:

1) Si soy, o no, propietario del producto

2) Si el trabajo es uno que deseo, o que necesito hacer

3) Si a cambio recibo una paga, o es gratis

Haciendo todas las combinaciones quedan ocho resultados:

1) Propietario del producto – deseo – paga
2) Propietario del producto – deseo – gratis
3) Propietario del producto – necesidad – paga
4) Propietario del producto – necesidad – gratis
5) No propietario - deseo – paga
6) No propietario– deseo – gratis
7) No propietario – necesidad – paga
8) No propietario – necesidad – gratis

Cada una de las combinaciones lleva un nombre, veamos:

1) Propietario del producto – deseo – paga: El artista o maestro. Es quien puede decidir sobre la suerte del producto de su labor, la cual está orientada según el deseo y recibe dinero a cambio. Definitivamente parece el trabajo ideal.

2) Propietario del producto – deseo – gratis: Hobby, pasatiempo, amateur. Este caso refiere a la tarea que elegimos hacer, cuyo resultado nos pertenece pero no recibimos paga por ello. Es el caso del hobby, o el pasatiempos.

3) Propietario del producto – necesidad – paga: El artesano, el oficial, el profesional. Es una figura común del mundo laboral. El producto está orientado a la demanda del mercado, a diferencia del artista o el maestro.

4) Propietario del producto – necesidad – gratis: La manutención cotidiana. Este es el trabajo que nadie puede evadir, es la tarea misma de la vida, el trabajo diario cotidiano: comer, bañarse, vestir, atender los lazos afectivos, administrar los horarios. Por más que algunas tareas puedan delegarse al servicio domestico o asesores, en última instancia siempre existe una labor intransferible.

5) No propietario - deseo – paga: El becario. Quien recibe una paga por hacer lo que le gusta, en un lugar donde no puede decidir sobre el producto del su trabajo. Es una especie de aprendiz subvencionado.

6) No propietario– deseo – gratis: El discípulo. Quien ingresa a una escuela o institución a los fines de aprender un oficio, disciplina o arte, y no recibe paga a cambio. Podemos pensar que la paga es el aprendizaje. Pero estrictamente se hace gratis.

7) No propietario – necesidad – paga: El empleado u operario. La figura más común del mercado laboral actual. No participa de la suerte del fruto de su trabajo. Si le damos a elegir la tarea a realizar jamás elegiría su empleo; lo hace por necesidad.

8) No propietario – necesidad – gratis: El esclavo. Legalmente extinto en la actualidad en nuestro país. Pero no por ello abolido en lo real.


Esta estructura que intenta diferenciar las distintas fases del trabajo demanda cierta licencia poética. Es precaria pero ayuda a distinguir y me resultó divertido pensarla. Queda la tipificación: arte, hobby, artesanía, manutención cotidiana, beca, discípulo, empleo, esclavitud.



Un buen empleo

Quiero desarrollar una idea respecto del no propietario -necesidad - pago: el empleado. 

Los que padecen un buen empleo, no van a quejarse, por dos razones:

La primera, porque hasta no hace mucho, mayo de 2002, el 21,5 % (ocho millones) de argentinos no tenía trabajo. Sin ir más lejos, hoy mismo, habría un millón y medio de desempleados. Entonces con este panorama de fondo, quien posea trabajo, no va a ser tan caradura de andar quejándose.

La segunda razón tiene que ver con la calidad de los trabajos. En la actualidad, del total de las personas con empleo, (dieciséis millones de personas), un tercio no está registrada. Trabajar en negro significa no estar protegido por la Seguridad Social, ni estar asegurado contra accidentes de trabajo. Si uno se enferma, o lo despiden, nada. Si uno muere, la familia queda desamparada. El trabajador no registrado es carne de la inflación, pues al no tener representación sindical el reajuste salarial queda a criterio del patrón (que sabemos que siempre es mezquino). Un empleo en blanco siempre es mejor pago y brinda más estabilidad que uno en negro. Entonces: ¡No te quejés!

Estimo que, por lo menos, dos millones de personas en el Área Metropolitana de Buenos Aires tienen un buen empleo. Y el que goce de un buen empleo no puede decir nada al respecto. Impera la moral de tripalium: al trabajo hay que aguantarlo.

No importa si en tu buen empleo tenés que sufrir el acoso sádico de un jefe o el apretujado viaje diario, (que juega a la bartola con un accidente mortal). Al trabajo se lo debe aguantar, y a parte siempre hay otro que tiene uno peor. Entonces nada que decir, ¡chito la boca!

Dos millones de buenos trabajos, con una carga horaria menor a cuarenta y cinco horas semanales, con buenos sueldos, con techo, aire acondicionado … Pero, hay que decirlo, a nadie le gusta ese buen empleo; porque hay algo que no hace: convocar al sí mismo del trabajador, requerir su implicancia, su vocación, su deseo, su pasión. Existen trabajos que demandan la interioridad vital del sujeto, que exigen la transformación a medida que transforman el exterior. Esos trabajos son enriquecedores; del que los hace y del mundo. Pero los buenos empleos no piden nada, solo sumisión, concentración y aguante. El empleo demanda pasividad. ¡Pero la paga es buena!

Y claro que sí, la paga es buena, y con esa paga se adquiere la llave para la puerta que nos lleva a la sociedad de mercado, al consumo como proyecto total de vida. Si uno pudiese entender que necesita, para vivir, solo el diez por ciento de las cosas que cree imprescindibles en el consumismo, no buscaría empleo; solo trabajaría siguiendo un estricto criterio interior, y no uno monetarista y exterior.

¿¡De qué te quejas, cara dura, vago!?, me dirán; pero quiero decirles a los aguantadores, a los fieles moralistas del TRIPALIUM: yo tengo un buen empleo y veo a diario lo que hace la silenciosa pasividad que pide. Veo las licencias psiquiátricas, veo los antidepresivos, los ansiolíticos y las adicciones. La angustia por haber entregado nuestro deseo a cambio de un pase libre al goce del consumo. Angustia de saber que entramos al mercado después de hacer el peor negocio de nuestras vidas. Esa angustia, que raja los pechos, impulsa un modo de vida organizado por la búsqueda del bálsamo analgésico. 

Apaguen la tele y vuelvan a encenderla; todo ahí está orientado para calmar el sufrimiento horrendo del empleo. No chamuyen mas diciendo que el dolor es inherente a la vida. No, eso es metafísica y religión. El padecimiento se origina en la quietud y la pasividad que demandan los empleos. No sólo vendimos la fuerza de trabajo, hay más ahí. Vendimos la fuerza creadora, la capacidad de transformarnos a nosotros mismos, el deseo, la vocación. Y lo sabemos, porque no hay como hacernos los boludos. Por eso las drogas, las pastillas, la obesidad, las adicciones, la paja.

El trabajo dignifica, es cierto; dignifica al amo del asunto que debemos todos los días aguantar, soportar. Ese amo puede, o no, ser una persona; puede ser una entidad no corpórea. Pero siempre implacable. El amo es el dueño del producto de tu trabajo. Y sin importar cual fuese el producto de tu empleo jamás podrás meter una coma ahí. Ya está, te dieron guita a cambio, y con ella iras detrás de la calma perdida, metiéndote mierda por los agujeros de tu cuerpo.


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