¿De dónde surge este texto? Quería pensar el cuerpo. Podría haber reseñado todo lo que se dijo, o escribió, sobre él (prácticamente imposible); pero no hay información ahí sobre la relación entre yo y yo mismo. El ejercicio de reseñar es una investigación documental, en cambio lo que intento aquí es una investigación de sí. Entonces, no es la reseña de lo que se sabe del cuerpo, sino el registro de un ejercicio: tomar notas de las ideas, percepciones y afecciones que me llegan.
Mientras estaba en esto de registrar y tomar nota caí enfermo como
una semana. Tuve fiebre, dolor corporal, tos. Me dolió todo, se me trastornó el
sueño y el hambre. Cordial bienvenida.
Drogas duras, blandas
y muy blandas
7:40, 9:20, 10:30; en una oficina, en un taller, o en un aula, en
cualquier trabajo; un grupo de cinco o seis compañeros comparten videos por
medio de sus smartphones. No
duran más de un minuto: dos mujeres que se clavan grampas en las tetas, chinas
cagando, un tipo en un quirófano que le sacan del culo un consolador del tamaño
de un brazo, un borracho que es atropellado por el subte, una mujer disfrazada
de secretaria que se masturba y luego muestra sus hemorroides, un narco mexicano
que corta cabezas con un hacha. Cualquier mañana, antes de trabajar, o en
un parate, ¡muy temprano! ¿Qué pasa con los ánimos que tan temprano estamos
viendo esas cosas?
Cuerpos rotos; rotos por el filo del metal, de la rueda, del
vidrio, pero rotos también por el encuadre de la cámara. Despedazar el cuerpo
para ocultar el cuerpo. Pero aquí no hay cuerpos, o pedazos de él, sino
pantallas y haces de luz. No hay olor, ni sabor, solo luz y sonido en un
dispositivo electrónico. Pero que
estemos frente a una imagen, y no ante el cuerpo mismo, no quita la tensión, la
intensidad, la fascinación. Lo
que no sucede es el horror. La imagen del cuerpo en pedazos provoca muchas
sensaciones, pero el cuerpo en pedazos frente a nosotros, en directo, produce
horror.
Entonces no sería “cuerpos rotos para esconder al cuerpo”, sino
“imágenes de cuerpos rotos para esconder el cuerpo”.
¿Qué cuerpo se quiere esconder? El nuestro. La intensidad que
produce la imagen del cuerpo roto nos quita la calma. Sea dos minas cagándose
en la boca, o una mara centroamericana descuartizando a un tipo, al estilo Ancien Regim, lo que queda
perdido, ensordecido, es el vínculo entre uno y sí mismo, por exceso de
afección.
Podemos tomar anfetas, fumar porro o quemarnos las corneas mirando
videos. No importa si la droga es dura, blanda o muy blanda; la función anestésica
deviene central cuando la vida cotidiana es sólo trabajo idiota y consumo lato.
Dioses, cuerpo y sacrificio
Algunos creen que inventamos dioses porque en el principio de los
tiempos temíamos a la noche oscura, al ruidoso trueno, al fulminante rayo, a la
interminable lluvia, a la bestia agazapada. Creo yo que, sí se inventaron
dioses por temor, pero no a algo que estaba ahí afuera sino a eso que coincide
con nosotros mismos.
Miedo al cuerpo: a lo que puede decirnos, a que nos hable y nos
diga sobre su penar. Miedo a
que hable y nos desdiga, nos contradiga; que diga algo que no sabemos de
nosotros mismos, que nos revele un aspecto que haga estallar nuestra identidad.
Miedo al hecho irrevocable de los límites, la piel es nuestro límite, nuestra
finitud es nuestro cuerpo.
La religiosidad humana es producto de entablar una relación con el
cuerpo. Nos hicimos la idea de un Dios, o de unos dioses, a partir de la
exploración de sí. El politeísmo es un intento por explicar la relación con
nuestro cuerpo; cuando nos referimos a los dioses no hacemos otra cosa que
poner en palabras ese otro, incógnito, que habitamos.
Hay religiones porque existe un cuerpo donde somos, un cuerpo del
cual en principio ignoramos todo pero no obstante un cuerpo con el cual podemos
relacionarnos. "Cuerpo: ayúdame en la guerra, como en el amor, o en el
duelo. Cuerpo: si el mal me toca, hazme rápido para escaparle. Cuerpo: si lo
ansiado se pone a tiro, dame piernas para alcanzarlo". Donde dice cuerpo pongan Dios o Señor.
Esta idea me llega en la medida en que pienso el sacrificio. Nada
en el mundo funciona mejor, en términos sacrificio-recompensa, que nuestro
cuerpo. Los deportistas lo saben, pero a diario lo comprobamos todos: si querés
que el cuerpo te de una mano, antes debes darle algo en sacrificio.
El soberano del presente
El cuerpo es eso que está aquí, cerca, inmediatamente cerca.
Incluso estará cuando perdamos la conciencia, o la vida. Va a estar ahí un buen
tiempo más, hasta que se deshaga y vuelva al polvo. Y estuvo mucho antes de la
constitución del yo o de nuestros primeros recuerdos.
Si alguien es el príncipe del presente es el cuerpo. Está en su
potencia actualizarse sin deberle nada al pasado ni al futuro. El cuerpo es el
soberano del aquí y ahora. Todos los sufrimientos relacionados con la
percepción del tiempo, llámense melancolía o ansiedad, podrían aplacarse
dejándose uno llevar por él hasta el presente. Necesitamos calma para escuchar
su música y así poder bailar la pieza.
Tan disponible y al mismo tiempo se nos escapa. Está más allá, no
podemos acceder de modo directo. Porque es nuestro gancho que nos prende al
mundo real. La masiva yuxtaposición con el cuerpo lo pone fuera de distancia.
Como cuando apoyamos la frente contra una pared, ya no podemos ver
nada en ella.
Aquí talla la intuición. Tan ensimismado está uno y su cuerpo, y
sin embargo timoneamos por el canal brumoso en esa noche oscura.
Templos y trincheras
El cuerpo es mi templo, decía San Pablo; bueno, yo creo que el
cuerpo es mi trinchera. En él me guardo de las bombas de la mass media y sus
perros. Lo cuido, me sostiene, lo alimento de materia elegida y símbolos
nobles, y me devuelve el soplo y la fuerza.
No es que lo cuido maniáticamente. A veces cuidarlo es
descuidarlo. No vaya ser cosa que nos volvamos esa especie de estúpido que cree
que por comer light y hacer ejercicios todo el tiempo le escapará a la muerte o
al dolor.
Existe una función vital en exponerse, en descuidarse, en
arriesgar el cuerpo. Una vitalidad distinta de la autoconservación.
Pero me pasa, también, que otras veces rompo mi cuerpo. Ya no por
estrategia vital sino por neurosis, o pura estupidez.
Relación con el cuerpo: de hecho
y efectiva
Tenemos una relación de hecho con nuestro cuerpo. Digamos una
relación de ocupación. Por el solo hecho de coincidir con él ya estamos
relacionados. Pero existe la posibilidad de establecer una relación efectiva.
Busco en mi entorno las herramientas para establecer esa relación
efectiva y encuentro dos modos de abordar la cuestión. Podemos pensar que el
cuerpo contiene la solución por pertenecer al cosmos, por contenerlo en él. El es
parte y es todo. Pero esa conexión directa, cosmos-cuerpo, fue interrumpida por
una cultura que le da la espalda a la naturaleza. Aquí el camino consiste en
despejar la vetusta cultura anti cósmica para reencontrar la sabiduría ancestral
en sí mismo. “El calcio de las estrellas es el calcio de nuestros huesos”.
Pero buscando también encuentro lo contrario. El cuerpo nace loco,
múltiple, desencajado. Es por el trabajo de la cultura y el lenguaje que aquel
toma una forma, un continente. Así las cosas, lo que en un caso es un estorbo o
ruido para establecer una relación efectiva, en el otro es el formador, el
conductor.
Sea el cuerpo el centro y equilibrio de nuestro ser, el cual
debemos hallar sondeando en nosotros mismos; o bien lo contrario, el cuerpo
como bolsa cárnica de locura contra la cual va a chocar el principio de
realidad; en ambos casos es lo otro en el seno de nosotros.
Dice A. Badiou: “hay tanta
diferencia entre un campesino vietnamita y un empresario sueco, como entre uno
y uno mismo”.
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