martes, 22 de julio de 2014

CUERPO, pensamientos


¿De dónde surge este texto?  Quería pensar el cuerpo. Podría haber reseñado todo lo que se dijo, o escribió, sobre él (prácticamente imposible); pero no hay información ahí sobre la relación entre yo y  yo mismo. El ejercicio de reseñar es una investigación documental, en cambio lo que intento aquí es una investigación de sí. Entonces, no es la reseña de lo que se sabe del cuerpo, sino el registro de un ejercicio: tomar notas de las ideas, percepciones y afecciones que me llegan.



Mientras estaba en esto de registrar y tomar nota caí enfermo como una semana. Tuve fiebre, dolor corporal, tos. Me dolió todo, se me trastornó el sueño y el hambre. Cordial bienvenida.


 Drogas duras, blandas y muy blandas

7:40, 9:20, 10:30; en una oficina, en un taller, o en un aula, en cualquier trabajo; un grupo de cinco o seis compañeros comparten videos por medio de sus smartphones.  No duran más de un minuto: dos mujeres que se clavan grampas en las tetas, chinas cagando, un tipo en un quirófano que le sacan del culo un consolador del tamaño de un brazo, un borracho que es atropellado por el subte, una mujer disfrazada de secretaria que se masturba y luego muestra sus hemorroides, un narco mexicano que corta cabezas con un hacha. Cualquier mañana, antes de trabajar, o en un parate, ¡muy temprano! ¿Qué pasa con los ánimos que tan temprano estamos viendo esas cosas?

Cuerpos rotos; rotos por el filo del metal, de la rueda, del vidrio, pero rotos también por el encuadre de la cámara. Despedazar el cuerpo para ocultar el cuerpo. Pero aquí no hay cuerpos, o pedazos de él, sino pantallas y haces de luz. No hay olor, ni sabor, solo luz y sonido en un dispositivo electrónico. Pero  que estemos frente a una imagen, y no ante el cuerpo mismo,  no quita la tensión, la intensidad, la fascinación.  Lo que no sucede es el horror. La imagen del cuerpo en pedazos provoca muchas sensaciones, pero el cuerpo en pedazos frente a nosotros, en directo, produce horror. 




Entonces no sería “cuerpos rotos para esconder al cuerpo”, sino “imágenes de cuerpos rotos para esconder el cuerpo”.

¿Qué cuerpo se quiere esconder? El nuestro. La intensidad que produce la imagen del cuerpo roto nos quita la calma. Sea dos minas cagándose en la boca, o una mara centroamericana descuartizando a un tipo, al estilo Ancien Regim, lo que queda perdido, ensordecido, es el vínculo entre uno y  sí mismo, por exceso de afección.

Podemos tomar anfetas, fumar porro o quemarnos las corneas mirando videos. No importa si la droga es dura, blanda o muy blanda; la función anestésica deviene central cuando la vida cotidiana es sólo trabajo idiota y consumo lato.

Dioses, cuerpo y sacrificio

Algunos creen que inventamos dioses porque en el principio de los tiempos temíamos a la noche oscura, al ruidoso trueno, al fulminante rayo, a la interminable lluvia, a la bestia agazapada. Creo yo que, sí se inventaron dioses por temor, pero no a algo que estaba ahí afuera sino a eso que coincide con nosotros mismos.

Miedo al cuerpo: a lo que puede decirnos, a que nos hable y nos diga sobre su penar. Miedo  a que hable y nos desdiga, nos contradiga; que diga algo que no sabemos de nosotros mismos, que nos revele un aspecto que haga estallar nuestra identidad. Miedo al hecho irrevocable de los límites, la piel es nuestro límite, nuestra finitud es nuestro cuerpo.




La religiosidad humana es producto de entablar una relación con el cuerpo. Nos hicimos la idea de un Dios, o de unos dioses, a partir de la exploración de sí. El politeísmo es un intento por explicar la relación con nuestro cuerpo; cuando nos referimos a los dioses no hacemos otra cosa que poner en palabras ese otro, incógnito, que habitamos. 



Hay religiones porque existe un cuerpo donde somos, un cuerpo del cual en principio ignoramos todo pero no obstante un cuerpo con el cual podemos relacionarnos. "Cuerpo: ayúdame en la guerra, como en el amor, o en el duelo. Cuerpo: si el mal me toca, hazme rápido para escaparle. Cuerpo: si lo ansiado se pone a tiro, dame piernas para alcanzarlo".    Donde dice cuerpo pongan Dios o Señor.

Esta idea me llega en la medida en que pienso el sacrificio. Nada en el mundo funciona mejor, en términos sacrificio-recompensa, que nuestro cuerpo. Los deportistas lo saben, pero a diario lo comprobamos todos: si querés que el cuerpo te de una mano, antes debes darle algo en sacrificio.


El soberano del presente

El cuerpo es eso que está aquí, cerca, inmediatamente cerca. Incluso estará cuando perdamos la conciencia, o la vida. Va a estar ahí un buen tiempo más, hasta que se deshaga y vuelva al polvo. Y estuvo mucho antes de la constitución del yo o de nuestros primeros recuerdos.
Si alguien es el príncipe del presente es el cuerpo. Está en su potencia actualizarse sin deberle nada al pasado ni al futuro. El cuerpo es el soberano del aquí y ahora. Todos los sufrimientos relacionados con la percepción del tiempo, llámense melancolía o ansiedad, podrían aplacarse dejándose uno llevar por él hasta el presente. Necesitamos calma para escuchar su música y así poder bailar la pieza.



Tan disponible y al mismo tiempo se nos escapa. Está más allá, no podemos acceder de modo directo. Porque es nuestro gancho que nos prende al mundo real. La masiva yuxtaposición con el cuerpo lo pone fuera de distancia.
Como cuando apoyamos la frente contra una pared, ya no podemos ver nada en ella.

Aquí talla la intuición. Tan ensimismado está uno y su cuerpo, y sin embargo timoneamos por el canal brumoso en esa noche oscura.                                   


Templos y trincheras

El cuerpo es mi templo, decía San Pablo; bueno, yo creo que el cuerpo es mi trinchera. En él me guardo de las bombas de la mass media y sus perros. Lo cuido, me sostiene, lo alimento de materia elegida y símbolos nobles, y me devuelve el soplo y la fuerza.

No es que lo cuido maniáticamente. A veces cuidarlo es descuidarlo. No vaya ser cosa que nos volvamos esa especie de estúpido que cree que por comer light y hacer ejercicios todo el tiempo le escapará a la muerte o al dolor.
Existe una función vital en exponerse, en descuidarse, en arriesgar el cuerpo. Una vitalidad distinta de la autoconservación.

Pero me pasa, también, que otras veces rompo mi cuerpo. Ya no por estrategia vital sino por neurosis, o pura estupidez.




Relación con el cuerpo: de hecho y efectiva

Tenemos una relación de hecho con nuestro cuerpo. Digamos una relación de ocupación. Por el solo hecho de coincidir con él ya estamos relacionados. Pero existe la posibilidad de establecer una relación efectiva.

Busco en mi entorno las herramientas para establecer esa relación efectiva y encuentro dos modos de abordar la cuestión. Podemos pensar que el cuerpo contiene la solución por pertenecer al cosmos, por contenerlo en él. El es parte y es todo. Pero esa conexión directa, cosmos-cuerpo, fue interrumpida por una cultura que le da la espalda a la naturaleza. Aquí el camino consiste en despejar la vetusta cultura anti cósmica para reencontrar la sabiduría ancestral en sí mismo. “El calcio de las estrellas es el calcio de nuestros huesos”.
Pero buscando también encuentro lo contrario. El cuerpo nace loco, múltiple, desencajado. Es por el trabajo de la cultura y el lenguaje que aquel toma una forma, un continente. Así las cosas, lo que en un caso es un estorbo o ruido para establecer una relación efectiva, en el otro es el formador, el conductor.



Sea el cuerpo el centro y equilibrio de nuestro ser, el cual debemos hallar sondeando en nosotros mismos; o bien lo contrario, el cuerpo como bolsa cárnica de locura contra la cual va a chocar el principio de realidad; en ambos casos es lo otro en el seno de nosotros.

Dice A. Badiou: “hay tanta diferencia entre un campesino vietnamita y un empresario sueco, como entre uno y uno mismo”. 

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